Sant Jordi fugaz

Todos los dias han de ser Sant Jordi, claro que siempre es mejor que sea cuando estás en pareja. Los que no tenemos tanta suerte nos conformamos con las ilusiones y nos demolemos con los rechazos. Aún así os regalo este texto que escribí para ser presentado pero nunca fue a concurso. 

Como cada día me dirijo a coger el metro con la música a todo volumen. Como de costumbre está tan alta que, aunque lleve auriculares, la gente de mí alrededor puede oír lo que escucho. Como si de un autómata se tratase, recorro los pasillos para alcanzar el andén que me llevará a mi destino. Hoy es un día duro, más triste que los demás. Apenas levanto la mirada y mis pies ya saben hacía donde se dirigen, es por eso, que ellos solos sortean los obstáculos que se cruzan en su camino. Ni una mueca de alegría pero tampoco de dolor, simplemente una mirada al vacío. 

Hoy ni siquiera me he atrevido a sonreír al chico del puesto de tabaco en cuánto hemos cruzado miradas, o al músico que intenta ganar unas monedas tocando los primeros acordes rasgados de Nothing else matters. 

Llego al andén sin la cabeza despejada y sorteando viajeros… Hoy todas las chicas van con una rosa en la mano y comentan, entre risas nerviosas, quien se las ha regalado, en conversaciones de Whatsapp, mensajes al móvil y llamadas telefónicas. Todas van con rosa… todas menos yo. 

¡Un poco de suerte al fin! El metro llega en el minuto exacto en el que bajo la escalera y no se ha hecho esperar. Ya dentro del vagón y apoyada en el respaldo al lado de la puerta, cierro los ojos dejando que la música me envuelva. Mis pies y mis manos siguen el compás de la melodía y mis labios empiezan a moverse y a recitar las líricas. Seguro que la gente me mira perpleja pero no abro los ojos. Quiero estar allí, en esa pequeña oscuridad, con mi música. Es el único escenario en el que puedo estar yo sola, sintiendo los recuerdos que me hacen trasladarme a esos sentimientos, ahora todavía difíciles de afrontar. Sobre todo no puedo lidiar con el que te hizo marchar, el que me hizo perder la fe y el que me hace sentir vacía.

Cuando abro los ojos, ya no estoy en el metro para mi sorpresa. Estoy admirando un paisaje frondoso y floral. A lo lejos, se escucha el sonido de una cascada. Una pequeña brisa hace ondear mi pelo. Los rayos de luz se cuelan entre los grandes árboles. También veo el arco iris. Un aroma me envuelve. De entre la luz del sol, y después de enfocar la vista, de repente le veo. Un caballero con su armadura plateada con dos caballos en su peto y una cota de malla. Sin casco, con el pelo negro como el carbón, barba de 3 días y unos grandes ojos verdes con un pequeño toque de miel. Su mirada profunda estaba enmarcada en un rostro pecoso, el cual delataba su juventud. Aun así, tenía una cierta elegancia al caminar y un cierto aire de nobleza. Con gran serenidad y un gesto amoroso se dirige a mí y me brinda una rosa roja muy hermosa con una fragancia penetrante y cautivadora. Al darme la rosa me susurra en el oído: -“Feliz San Jordi. Me encontrarás, no lo dudes. Y te encontraré, pues yo también te busco.” Y acercó su rostro para besarme. 

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir estaba de vuelta en el vagón. Había llegado a mi parada y recogí la bolsa que había dejado en el suelo. Pero antes de descender algo captó mi atención. En mi bolsa había una rosa hermosa con un mensaje: “Te encontraré, pues yo también te busco”. 

Era la rosa de mi sueño fugaz... mi Sant Jordi fugaz"


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