“Oscar Wilde decía que no existen más que dos reglas para
escribir: tener algo que decir y decirlo” Así que aquí me encuentro, relatando
un episodio de mi vida. Un episodio que comienza de una forma bastante abrupta: Mi Muerte.
Recuerdo que en un segundo me vi suspendida en el aire, a
pocos metros de una luz intensa que se acercaba a mí a gran velocidad. Todo lo
que alcancé a ver en ese momento fue al capullo que me empujó. Era un tipo
bajo, regordete y con una gran barba blanca. Vestía un extraño traje de cuadros
verdes y marrones. Parecía sonreírme de forma malévola y me señalaba con unas
uñas largas y sucias mientras veía cómo estaba a punto de
convertirme en puré gracias a las vías ferroviarias.
Todo empezó en el andén de la estación. Estaba mirando el
reloj que marcaba el tiempo de paso del próximo metro. Éste llegaría en 12
segundos exactos. También faltaban 12 segundos exactos para que el año Nuevo
diera su comienzo. Y… pum, el tío me empujó sin miramientos al darme la vuelta.
Y sí… habéis leído bien. Me mataron el día de fin de año…
la noche, más bien. Mágica para algunos, deseando borrar sus fracasos del año
anterior con el cambio de dígito. Desesperanzadora para otros, que ven cómo sus
vidas siguen estancadas mientras se acumulan los años en sus hombros.
En fin… Después de que esa luz intensa me bañara por
completo, hubo oscuridad y noté como me despeñaba por un pasillo totalmente
largo. Era como si me hubiese caído a un profundo pozo del cual ya no podría
salir jamás. Pero al rato, de repente, sentí mi cara estampada en el frío suelo.
Frente a mí se extendía una amplia habitación con una luz
tenue que venía de unos aparatosos candelabros. Cuando alcé la vista, justo
delante de mí pude ver una escalera que alzaba un pequeño espacio con 2 tronos
y 3 personajes desconocidos.
En el primer trono, un poco más elevado que el otro,
estaba sentado un hombre joven alto y delgado. Era moreno, con ojos color
avellana y una pizca de verde. Tenía una barba de tres días y vestía una
sudadera negra con cordones blancos en el cuello, un tejano y bambas azules con
suela blanca.
En el segundo, una chica bajita y delgadita muy bien
arreglada. También morena y con un corte de pelo escalado. Sus ojos eran negros
y profundos pero de expresión triste. Vestía unos zapatos de plataforma azules
con suela de madera, una mini falda marrón chocolate con un toque de tul en el
extremo y un jersey azul eléctrico.
La otra figura, sentada en las escaleras delante del
trono de la muchacha, era un hombre rubio, regordete y feúcho (en
contraposición a los otros dos personajes), vestido con un traje negro y
polvoriento y un extraño sombrero verde con una pluma marrón. Su nariz era
aguileña y sus ojos de un azul intenso.
- ¡Hummmmm… llegas tarde! Te esperaba antes- me espetó el
hombrecillo.
- ¡Ohhh vaya! ¿Disculpe por llegar tarde hasta a mi
propio… infierno?- dije con incredulidad mientras acababa de despegar mi cara
del suelo de piedra y me sacudía el polvo de la ropa.
- ¡No seas ridícula y pongámonos en marcha! Debemos
enfrentarnos al Año– se alzó de un brinco y me agarró de la mano. Con la otra
señalaba de una forma violenta un reloj de bolsillo antiguo.
- ¿Enfrentarnos al qué? Eso no suena muy productivo considerando que estoy muerta y que no
viviré otros años- mi tono de voz iba en aumento e iba adquiriendo un tono
sarcástico-. ¿Es éste una especie de juicio final?
- ¿Ahhh pero no lo estaba reviviendo ya? Por si no te
habías enterado… todos mis años son lo mismo… que digo años… todos los días.
Pero sí, creo que éste ha sido el que se lleva la palma.
- ¡No me digas, sabionda! Ves de qué color es este
sombrero… eso quiere decir que es nuestra última oportunidad.
Enseguida me arrastró delante de 1 pequeño pero largo
pasillo. Los dos personajes sentados en el trono callaban, pero alcancé a ver
rodar unas lágrimas cristalinas y brillantes por la cara de la muchacha.
- ¿Parece que
estemos dentro de la casa de Bilbo Bolsón?
- Me muero de la risa –me lanzó una mirada sarcástica-. Debemos
pasar antes de que se cierre.
- Ahh sí, que bien –dije entre dientes-. Total que me
puede pasar más…- y crucé el pasillo seguida del hombrecillo.
Salimos a una habitación que me resultaba familiar. Y
empezamos a escuchar risas que se empezaron a transformar en sollozos todo
acompañado con música de fondo. Pero no había nada ni nadie. De repente, empecé
a sentir alegría, ilusión pero rápidamente eso se transformó en angustia, ansiedad,
miedo, soledad… reviví cada emoción de esos 365 días de ese maldito 2017. El
año en que lo perdí todo.
- ¿Porque estamos
aquí? ¿Qué sentido tiene volver a esto? ¿No fue suficiente?- le dije de forma
desesperada-.
- Es la primera parada. Volver a revisar el resultado de
tus de tus efímeras alegrías y también de las cicatrices,... de todas las
emociones que te llevaron a crecer con tristeza en tus miradas y en tus
formas.
- No necesito que un puto duende me lleve a mi habitación
para decirme eso, para mostrarme que crecí en el patrón de la tristeza. No
necesito revivir el dolor ¡Yo ya se lo que he vivido! ¡Ya se en lo que me he
equivocado! Lo que dije a destiempo y lo que no dije y lo que acarreó el
hacerlo o no. ¡Puto año! Destructor de sueños, de esperanzas, de fe, de
amistad, de amor, de planes, de hobbies… ¿Y tú quién eres? ¿El puto fantasma de
las navidades pasadas? ¡No hay navidad para mí, no hay año para mí, ¿no
entiendes?!
- No puedes cambiar nada cierto, ni dejar de sentir eso.
Siempre quedarán estas cicatrices. Pero inicias un año en blanco. Y ahí puedes
escribir nuevas historias. Se te ha dado un último cartucho.
- ¿¡Escribir qué!? ¿Acaso no te acabo de decir que perdí
todo? ¿Para qué coño quiero un nuevo año?
- Y sin embargo sientes que necesitas escribir algo
nuevo. Algo que quizá sí que salga bien.
- Tú mismo has dicho que no puedo borrar ni cambiar nada.
¿Crees que un nuevo año va a ser más feliz, que voy a vivir sin esos temores?
- Cierto, siempre te perseguirá. Pero quédate con lo
bueno que sentiste e hiciste. En eso nada fue equivocado ni falso. Ahora es un
nuevo año, un nuevo lienzo.
- Claro, que palabras más bonitas. Lo siento de veras pero
¿sabes? Creo que tendría que darle las gracias al gilipollas que me apartó del
2018. Dicen que la muerte es una habitación blanca sin fin ¿no? Buenas
noticias, como acabas de decir, este año empezaba en blanco así que… no hay
nada que temer- Abrí la puerta de un tirón y aparecí en una especie de ataúd.
- ¿Qué coño? ¿Se supone que creen que saldré como Uma
Thurman? Ehhh, ¡enano! ¡Esto no tiene gracia! ¿Que se supone que debes
enseñarme, el tiempo que se tarda en ser devorada por gusanos?
- Está bien, está bien… Quería que tuvieses una entrada
impactante- escuché como alguien me hablaba y chasqueaba los dedos. De repente,
aparecí a su lado en un cementerio-. Cómo recuerdas, llegaste aquí después de
una muerte un tanto violenta. Pues bien, aquí es donde vives ahora después de
aquello- me señaló la lápida en donde estaba mi nombre.
- Ahhh… que agudo – le miré con cara de asco.
Chasqueó los dedos y me llevó hasta un comedor. Allí pude
ver a rostros familiares, pero rostros a los que no quería enfrentarme.
- No necesito ésto. No hay nada que decir, nada que ver
ni nada que esperar. Todos están mejor sin mí. Se esfumaron muchas cosas desde
aquel momento. Siento que también
desaparecieron junto a todo.
- Creo que deberías enfrentarte a ello para avanzar hacia
un nuevo camino.
- No puedo. Diría tantas cosas, pero sólo servirían para
rememorar mis faltas.
- Dímelas a mí o sólo piénsalas. Ellos no nos pueden
escuchar, ni pueden juzgar.
- ¿Juzgar? Eso es lo que siento que han hecho toda la
vida. Eso es lo que siento que todos ellos hicieron. Les diría que me han hecho
mucho daño, les diría que hacía todo por ellos, sobre todo por él. Y que me
juzgaron y que me abandonaron cuando más lo necesitaba. Que me dejaron rota,
quebrada. Que les aprecié, que les admiré y que les quise. Que pretendía
integrarme y sentí que por fin encajaba. Luego todo eso se desvaneció. He
sentido mucho daño, muchísimo.
- Y lo sentirás. Te dije que una parte de ti siempre se
quedara con estas cicatrices. Pero… aprender a crecer también es despedirse.
Creo que es hora de hacerlo.
Cerré los ojos y me imaginé que mentalmente hablaba con
cada persona de aquella habitación y que por fin, les decía todo aquello que
les debía contar. Cuando acabé abrí los ojos y vi que me encontraba en una
habitación completamente blanca.
-Ésta es la última sala.
- ¿Pero y aquí que hay que hacer? Es una simple
habitación blanca sin nada.
- Éste es tu nuevo año si lo quieres. En blanco. Para
empezar de 0 y escribir un nuevo relato. Nuevos planes, nuevas ilusiones,
nuevos proyectos… lo que tú quieras, si es que lo aceptas.
Entonces una puerta se abrió y apareció en el umbral la
misma chica del trono pero esta vez vestía unos tejanos, unas bambas Adidas con
dos bandas doradas y una roja y una sudadera blanca. Me tendió la mano y
sonrió.
- ¿Empezamos la carrera?- me preguntó.
En la profundidad de sus ojos se reflejaba todo lo que
había vivido. Ella nunca sería igual, nunca sería una simple niña sin
preocupaciones. Pero en su tacto se sentía una mínima fuerza, firmeza. Y con
paso decidido me llevó hasta la puerta.
Nunca más los vi. En un abrir y cerrar de ojos volví al
principio. Recuerdo estar a 12 segundos de tomar un metro y a 12 segundos de
escuchar la última campanada. Pero no llegué a coger ese metro y no llegué a
perderme la última campanada.
En ese andén, el primero que me felicitó el año era un
hombre joven y delgado que llevaba un sombrero verde con una pluma marrón. Y
volví a casa, después de habernos sonreído.
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