Maliseet


Llevada a concurso aunque no ganó... pero ahí la dejo.  

“Cuando sólo la oscuridad te ha amado, te rindes a ella”


"Fue un día lejano de 1700 en el territorio de Maine cuando la joven Joan Peakes me señaló como bruja. Lo hizo entre un teatro de espasmos violentos, frente a toda la comunidad puritana.

En aquella época, eso era más que suficiente para un examen, una tortura, un juicio y una condena. Además, afrontémoslo, el hecho de tener una piel oscura me acercaba más al diablo que una puritana devota, virgen y pálida.



No tardaron en llamar al médico Isaac Harrenhalm para que me examinara cuidadosamente. Lo que hizo fue más examinar, que cuidadosamente. Su misión era encontrar cualquier marca que delatase mi condición adquirida por las acusaciones de la señorita Peakes. Como si estuviera marcada como un cerdo. Me desnudó y toqueteó todo mi cuerpo hasta que encontró una marca en uno de mis tobillos. En realidad era una marca de nacimiento, no más grande que un lunar, pero parecía ser una segunda prueba suficiente para asegurar que tenía la marca del diablo en mi cuerpo. La primera, había sido mi color de piel.



Acto seguido vino la tortura llevada a cabo por el duro magistrado Richard Patton, aunque no sólo ese sería su papel en esta historia. Su alma de puritano devoto se enfrentaba a sus deseos de ver sufrir a la gente. También a sus deseos de lujuria.

Utilizó los más extraños instrumentos y cada vez que se disponía a torturarme con alguno de ellos, se empeñaba en explicarme para que servían. Me expuso los nombres de todos, pero no pudo usar ni la mitad. Debía estar viva aún para el juicio. Y es que por mucho que debiera morir por sólo esas acusaciones, se debía aparentar frente a la sociedad un cierto estado de justicia. Y eso implicaba un juicio, aunque ya hubiera sido declarada culpable sin éste. Irónico ¿verdad?



Patton usó la llamada “horquilla” que acolló en mi cuello impidiéndome cualquier movimiento de cabeza, la “turca” para arrancarme las uñas y los “aplastapulgares” para inutilizar mis dedos. Creía que usaba las manos para lanzar conjuros. No muy agradable fue cuando usó “la pera” para desgarrarme y hacerme sangrar. Me sentí desvirgada por segunda vez y mutilada por primera. Pero aun con todo, no dije nada, ni siquiera recuerdo haber gritado. Tal vez me desmayé y por eso no lo hice. Pero no quería darle ese placer. 



Después de todo aquello, pasé a enfrentarme al juicio dirigido por el mismo magistrado, que un día antes me había estado torturando, y a la cohorte de ignorantes consejeros que acudirían al mismo. Todos deliberarían escandalizados sobre los miles de crímenes que se me atribuirían, y, me acusarían sin dudar. Pero si algo estaba claro, era que el magistrado ya había firmado mi sentencia de muerte mucho antes de pasar por tal tedioso trámite.

Si alguien te acusaba de bruja no había defensa posible que esos fanáticos aceptasen y tu destino se presentaba claro. Pero lejos de negarlo y esconderme, me descubrí confesando mi naturaleza; Si dijera lo que dijera ya estaba en la horca, pues que me impedía jugar con los miedos de esos infelices amargados. No tenía nada que perder. Además… me confieso…



­“-Bruja… Tamiel… te acusan de bruja. Arrepiéntete de tus crímenes y tal vez Dios pueda perdonar tu alma para que pueda entrar en su reino eterno.”- gritó Patton después de sentarme en la silla dispuesta en el centro de la capilla. Allí se había reunido la acusación y la plebe.



Recuerdo tomarme un tiempo de silencio antes de responder a aquel bastardo asesino y borracho de Patton. Durante el mismo, miré a todos los presentes de la sala con una mirada dura e impasible. Juraría que hasta por un momento mis ojos color verde oliva se tornaron negros azabache. No había iris, ni pupila, tan sólo oscuridad detrás de ellos. Y con una expresión de rabia contenida, por fin dije:



“- Yo confieso. ¿Es eso lo que queréis oír? Ya tenéis mi confesión y nada os detiene a lanzarme al fuego. Pero prometo que seré yo quien vea este mundo arder antes del fin de este día y a todos vosotros, colonos despreciables. Juro que será una grata visión.



Patton me interrumpió:



“- ¿Entonces admites los crímenes horrendos que cometiste? ¿Admites la práctica del culto del cual se te acusa? ¿No reniegas de tu naturaleza infernal?” - Miró a los presentes con una pose de suficiencia y poder.



“- ¿Y tú, Pecador? ¿Acaso no los has cometido aun predicando la palabra de tu Dios? ¿Crees que te va a salvar de tus crímenes contra mi gente? ¿Contra otros pueblos libres e inocentes? Desposeídos de sus tierras y de sus vidas, masacrados y esclavizados simplemente para que vosotros pudierais construir esta comunidad de cucarachas y regar la tierra con su sangre. ¿Eso no es pecado? ¿Es eso lo que predica tu Dios?



“-Silencio bruja”- me pegó. “No estamos aquí para oírte clamar por un par de indios herejes, sino para oír tu confesión.



- “¡Ahorcad a la bruja!”- clamaban unos; “¡Quemadla!”- chillaban otros.

Empieza a hablar antes de que el hastío me haga prenderte fuego en este instante y sin necesidad de una hoguera.”- me susurró el magistrado.  



Todo el griterío de la sala únicamente se interrumpió por la pregunta de Peter Compton, un joven inexperto que había heredado el cargo de presidente del consejo a la muerte de su enfermo padre, Tobías Compton. -“¿Cómo se os apareció el Diablo?



-“¿Sentís curiosidad? Deberían ahorcaros también. Sólo hablar de ello parece ser condena suficiente, más aún, preguntar con curiosidad por sus prácticas. No vaya a ser que usted quiera descubrir cómo encontrar a Satán”- le espeté.



- “¡Calumnias! Aunque ya hayáis confesado, necesitamos saber todo sobre las prácticas de hechicería. También es importante documentar todos vuestros actos para emitir un juicio. Sólo conociendo las prácticas de una bruja se sabe cómo identificar a las demás cuando estén entre nosotros. Quizá hasta consigamos sacarte los nombres de otras”- respondió.  



- “Está bien señor Compton. Si documentar es lo que quiere y si tiene tanta curiosidad...  Mi Señor oscuro se me apareció como un hombre alto y vestido de negro. Con un cabello hosco y largo, y ojos de un intenso color rubí. Su voz era penetrante y autoritaria. Samael dice llamarse”- me detuve un momento y proseguí-



 Pero adopta muchas nombres, y muchas formas. Algunas veces se aparece como un lobo, otras como una cabra negra. Incluso puede ser un cuervo o una alimaña si lo desea. Pero también puede adoptar las formas de personas que nos son conocidas, queridas o incluso deseadas.” - comenté extasiada.


“- Preguntadle que le prometió para querernos infligir tanto daño”- exigió Mary Warren. Y con voz lastimera siguió: -“¿Porque hace daño a nuestras niñas?



“- JAJAJAJAJAJA. ¿Daño? De verdad creéis que ¿soy tan estúpida cómo para provocarles sólo espasmos o simples quemaduras? ¿Tan buenas mentirosas son que os convencen sus teatrillos? ¿Qué si mi Señor no me hubiera pedido sus vidas, no estarían con sus cuerpos quebrados y su voz rota a estas horas? Todavía no conocen el daño… pero lo harán, igual que todos vosotros. ¡Pagaréis!



Un segundo golpe. Una segunda bofetada que me dejaría una buena marca y un labio roto.   



-“No me hagáis callar magistrado. Queríais una confesión, pues ahora la tendréis…



Debéis saber que os esperan horrores a la caída del sol en este día. Un nuevo mundo de fuego se alzará con ríos de alquitrán y tierra yerma cosechada sólo con cenizas. Y mi Señor será el único príncipe que lo regirá. Para vuestra persona y vuestra comunidad de corderitos hipócritas, sin duda será un reino de destrucción. Para sus siervos oscuros, en cambio, será uno de libertad.

Un reino donde no habrá leyes que opriman los deseos de cualquier hombre ni de cualquier mujer. Donde se dejará actuar libremente a los poderes de la naturaleza y a sus deseos. Naturaleza a la cual vosotros habéis intentado destruir y encorsetar.



Confieso todo. El ritual se ha iniciado ya y queda poco para concluirlo, y debéis saber que yo he sido la elegida para dar entrada a este nuevo orden en el mundo. Que tendré el privilegio de bailar desnuda en la hoguera dispuesta para vuestra alma especialmente, Patton. Ya os he predicho que arderíais, como todas esas inocentes a las que mandasteis quemar. Vuestra pira ya está instalada.

Desde que me capturaron, he tenido visitas de mi Señor oscuro, lo confieso. El único que me ha acogido en su seno. No vuestro Dios, no vuestros puritanos y falsos altruistas. He sido vendida como si fuera una vaca a los mismos hombres que mataron a mi sangre sin escrúpulos ni remordimientos. Servía para cocinar, para lavar, para cuidar de vuestros hijos e incluso para satisfacer la lujuria de aquellos malnacidos que mercadeaban conmigo. ¿Por qué les habría de honrar con escrúpulos yo ahora?

Las visitas de mi Señor – me dirigí a Compton que había mostrado interés en ese tema anteriormente- eran en la medianoche y en el silencio del bosque, meciéndome en la oscuridad del mismo. He bailado con Él la danza de la magia, y le he entregado mi cuerpo sellando así un pacto de lealtad eterna. Yo con Él y Él conmigo. Me dio todos los poderes del viento, del agua, de la tierra y del fuego, y me hizo lo suficientemente fuerte para caminar entre vuestra sociedad corrupta hasta encontrar la venganza.”



“-¡¡¡¡¡¡BRUJAAAAAAAAA!!!!! ¡¡¡¡¡¡A LA HORCA!!!!!!”- vociferaba ahora todo el populacho.



Entre las voces, Richard Patton nombró a Meredith Cabbot. Una chiquilla de apenas 20 años de edad.


-“Meredith, acércate y cuéntanos con sinceridad, niña. Señala a la causante de tu malestar. ¿Qué pasó durante aquellas noches en las que tu juicio se nublaba? ¿Qué te hicieron para apartarte de la senda de Dios? Dinos que te hizo enfermar.”- le apremió.



Todo el mundo calló para escuchar su testimonio. Y la chiquilla abrió la boca.   



- “Yo…”- empezó con timidez- Una noche antes de ir a la cama, me quedé absorta en mis lecturas y de repente un ruido me sobresaltó. Vi como la puerta se abría lentamente y apareció Tamiel envuelta en una gran capa negra. Juro que era ella, estoy segura.

Al principio sentí que estaba en un sueño y que en algún momento habría debido de caer dormida… pero ahora sé que fue tan real como el hecho de que usted está ahora mismo frente a mí, en carne y hueso.

Cerró su mano hacía mí, y cuando lo hizo, sentía como me oprimía la garganta para no chillar y dejaba todo mi cuerpo inmóvil. Se acercó a mí y me susurró cosas al oído en un idioma que me fue totalmente desconocido e incómodo a los oídos.

Después, de su capa sacó una serpiente la cual me metió por la oreja, y que acabó alojada en mi vientre, no sin antes haciéndome sangrar por la nariz.



Estuve durante varios días postrada en una cama con sueños perversos y llenos de horror. Sin poder articular palabra ni moverme, y sin embargo, hubo momentos en los que de forma intermitente sufría de espasmos violentos y mi cuerpo se retorcía por el dolor. Sólo tuve momentos de paz cuando el Pastor Bolton rezaba por mí a los pies de mi cama. Pero en cuanto quedaba a solas en mi habitación se me aparecía una mujer anciana llena de quemaduras para atormentarme de nuevo. A menudo me mordía y pude sentir como bebía mi sangre.  



Mantuvo sus visitas durante varias noches señor magistrado. Pero un día, con los rezos del Pastor, por fin la serpiente abandonó mi estómago saliendo por mí boca, y sólo sé que las visiones se desvanecieron y pude recuperarme. Un exorcismo lo llamó el buen pastor, y gracias a éste, hace ya varias semanas que no tengo crisis, y rezo a Dios para que me guarde de ser objeto del mal otra vez.”  



- “¿Y por qué crees que te atormentaba a ti, Meredith? ¿Pudo haber alguna razón poderosa por la que vino a ti a hacerte daño?”- demandó el magistrado



-“Si, señor. Así lo creo.

Unos días antes de la recogida de la cosecha vi a Tamiel preparar un raro ungüento en la cocina, con una mezcla de hierbas que me eran totalmente desconocidas. Mientras hacía el jugo, repetía unas palabras incomprensibles cada vez con más ímpetu. Al amanecer, le vi esparcir el brebaje por el pequeño huerto que mi familia posee, el cual nos abastece contra el hambre e incluso nos proporciona, a veces, negocio. Y al día siguiente a ese, mi padre nos despertó con sus gritos de desesperación. Habíamos perdido toda nuestra pequeña cosecha. Hasta la última porción de tierra del huerto estaba arruinada. Fue como si de un día para otro se hubiera quemado, se hubiera quedado estéril con un aspecto negruzco. De allí sólo pudimos sacar larvas.



Asustada por lo que había hecho, le pedí a Tamiel que confesara y que preparara, tal vez, otro ungüento para sanar la tierra de nuevo. Le expliqué que era inútil negar la verdad, puesto que yo misma le había visto provocar todo aquello. No se lo tomó bien, y me dijo que pagaría muy caro si se enteraba que yo la acusaba. Estoy segura de que eso fue por lo que me atormentó. Para silenciarme y tal vez también esperaba entregarme al mal para ser su cómplice.”   



-“He aquí un primer testimonio contra las actividades de la bruja, mis ilustres consejeros. Y bien me temo que no será el único, pues aguardan más testigos”-dictaminó Patton



-“Magistrado… no hace falta que se esfuerce. Si quería oír detalles morbosos sobre mis conjuras podría habérmelo dicho antes. No ha escuchado los más horrendos que he cometido. Aquello sólo fue un juego de niños. Apenas mi primer conjuro, una práctica. Hay cosas más poderosas que destrozar una cosecha. ¿Quiere que las enumere para el pueblo?- y le dije con desprecio- Que hombrecillo más penoso es usted. Puedo oler desde de aquí su deseo de curiosidad… y a la vez, también el de su miedo.



Otro golpe. Está vez en el pecho.



Reconozco que me tumbó en el suelo durante al menos 15 minutos, tosiendo y escupiendo sangre. Mi cabeza me daba vueltas y lejanos, al fondo, escuchaba los gritos de todas aquellas embusteras; A la acusación principal de Joan Peakes, se habían añadido los de Elisabeth Putsie, Bridget Farnes, Cory White, Rebecca Calgary y Betthany Appleblack. Ni siquiera hizo falta que hubieran sufrido de mi magia. Sólo que todo ese grupo de amigas se revolvieran en sus sillas aullando de un dolor imaginario, chillando y señalándome a intervalos del juicio. Si de repente una actuaba como si tuviera una sarpullido, las otras le seguían. Y cambiaban sus síntomas tan pronto y a menudo como el consejero Britt Maslow se secaba la frente con el pañuelo, a causa del sudor producido por este incómodo escenario.



- “¡Cuidado! Aunque no se te estuviera interrogando por bruja ya te podría haber colgado por tu lengua. No olvides que eres una sucia esclava



- “Que haya sido vendida para trabajar en sus cocinas o limpiando no significará nunca que sea una esclava. Ni siquiera que pueda hacerme dejar de escupirle las verdades a la cara.



No tardó mucho en llegar el turno de la acusación de Elisabeth Penobscot.



Elisabeth era una mujer vieja y fea. Tan devota a su Dios como malvada con el prójimo. Era la típica mujer que curioseaba todo a tu alrededor, que se acercaba como una amorosa hermana, pero que no se lo pensaría dos veces para venderte al mejor postor. Estaba clara la posición que iba a tomar. 



-“Señora Penobscot- yo la habría llamado viuda, y alegre, tal vez- usted también vio a la acusada practicar sus malas artes. Nos gustaría que nos describiera esos incidentes. Sabe lo relevante que es documentar todo este proceso, como dijo el señor Compton. Por favor, aclárenos lo que pasó.”  



Y la gallina vieja empezó a cacarear- “Mis buenos amigos y vecinos. He presenciado los actos tan horribles que ha llevado a cabo esta esclava.

El otro día, antes del ocaso, estaba recogiendo madera en el bosque cercano para mantener el ambiente de la casa. Este invierno ha sido bastante duro, y mi difunto esposo se quejaba de los huesos. La humedad y el frío lo debilitaron bastante y al final Dios lo reclamó para Él. Pido que lo haya acogido en su gloria.

El caso es que escuché ruidos extraños traídos por el viento. Y caminé y caminé hasta que los sonidos se hacían más claros y más penetrantes. Me escondí tras unos matorrales y allí estaba, en un claro del bosque. La esclava, arrodillada, balanceaba su torso a la vez que entonaba unos cánticos extraños. Y mientras cantaba, presencié como estranguló un gallo negro y recogía su sangre en una especie de recipiente para luego beberla. De repente se derrumbó como si se hubiera desmayado, y pude ver como sus ojos se habían vuelto blancos y su cuerpo empezó a flotar como si de un fantasma se tratara. Y…Y…Y empezó a elevarse; yo diría que hasta dos metros más allá del suelo.

No quise ver más, y después de eso, fui a casa con mi esposo tan rápido como mis cansadas piernas me permitieron. Pero atemorizada como estaba, no me atreví a contar nada. Quise negarlo y apartarlo de mi mente.



Fue entonces cuando mis primeras acusadoras mentirosas envolvieron la capilla de nuevo con aullidos de dolor. Una empezó a decir que sentía como alguien le quemaba la piel, otra empezó a rascarse por todo el cuerpo con furia. Las demás se frotaban la cara con violencia e incluso se pegaban a ellas mismas como intentando sacar moscas de sus cabezas.



Ahí fue cuando el magistrado me agarró del pelo y me arrastró obligándome a ponerme de rodillas y mirar el espectáculo de dolor, fingido, de las pequeñas embusteras.

Pero Elisabeth Penobscot no había acabado su versión. Y con una voz alzada empezó a decir:  



- “Hice lo posible para olvidar lo que había presenciado aquella noche, pero de algún modo siempre estaba vigilante de la bruja y venían a mí visiones horribles. Pero tampoco podía acusarla. Estaba aterrorizada por lo que podía hacernos a mí y a mi marido.

Sin embargo, todavía hay una cosa peor que vi hacer a esta bruja esclava. Es mi deber y os lo voy a relatar a continuación. Creo… No… estoy segura que el fallecido bebé de Taisa Burnes no murió en su vientre. La vida de aquel niño fue sesgada por esta mujer indecente -me señaló con dedo firme.



- “Y ¿cómo estáis tan segura? ¡Decidlo!” - le increpó el señor Burnes, el padre de aquel maltrecho niño.



- “Después del parto de Taisa, al que asistimos como comadronas, la vi tomar el bebé entre sus brazos y no se lo devolvió a la madre asegurándonos a todas las presentes que había nacido muerto.  

Pero yo necesitaba ver a ese niño y la seguí. Pensaba que se apresuraba a llevarle a un lugar resguardado para darle sepultura  pero vi algo muy distinto.

Pronunciando un hechizo le hincó un puñal en su pobre corazón. La vi beber la sangre del pequeño, y cuando toda vida había abandonado su cuerpo, lo abrió para comerse sus diminutos órganos. Parecía un animal comiendo carroña, y mientras lo hacía reía disfrutando del placer de su festín. Ya os lo podéis figurar, mi señor magistrado. Corrí hacia mi casa tan rápido como pude y cerré la puerta con candados. Desde entonces, no he querido ni mirar a la cara a la bruja”.



El señor Burnes quiso arrancarme la cabeza. No lo juzgo. Debería querer arrancarme algo más que la cabeza. Enloquecido por el dolor, hicieron falta 4 hombres para que no llegara a tomarse la justicia por su mano antes de tiempo. El joven médico Isaac Harrenhalm hizo el resto al sedarlo con sus propias pociones. Se lo llevaron de allí entre sollozos débiles y maldiciones. La señora Burnes simplemente chilló de dolor hasta desmayarse. La vieja Penobscot podía ser muy gráfica.  


-“Sin embargo, viuda Penobscot, no visteis vivo al niño. No sabéis si apuñalé a un cadáver”- sonreí irónicamente.



-“Como osáis ni siquiera hablar, sucia india- me escupió Patton- Y ni siquiera lo negáis. La vida de un niño. ¿Qué locura te impulsa a esas horrendas prácticas, mujer del diablo?” 



-“Como ya os he dicho, no sabéis si apuñalé a un niño ya muerto. Ni siquiera a uno querido. Y sí, lo reconozco, la sangre de los más inocentes ayuda a rejuvenecer –exclamé entre risas. “Mi Señor se alimenta de mí, y lo hace de sangre. Que sangre más pura que la de un recién nacido. Deberíais probarla señor Patton, tal vez os alivie de vuestra amargura y lujuria”.



Patton agarró un cuchillo con disposición a rasgarme la garganta y también esparcir mis tripas por todo el salón, pero una voz se lo impidió.



- “¡Patton, detente! Esta bruja está más que condenada por las leyes de Dios y las leyes de los hombres. No se manche las manos ni manche la casa de Dios. Su pena es la horca y le aseguro que la arrastraré yo mismo a ella”– declaró el mismísimo pastor Bolton.



En ese momento, Brunette McAvoy, con una voz desesperada y entrecortada por sus lloriqueos intervino también.



- “¡Mi hijo. También matasteis a mi hijo. Confesadlo!



- “Tiene razón. También asistió al parto de la señora McAvoy. Su hijo nació siendo una monstruosidad de la naturaleza. Nació con cuernos y su piel era áspera como la de una serpiente. El muchacho no pudo respirar ni 2 minutos en esta tierra. Y mejor que no lo hubiera hecho. Ese niño no era fruto de Dios”.- asintió, santiguándose, la vieja Penobscot.



-“Era mi hijo, y estaba sano hasta que ésta impía puso sus manos sobre mi vientre. Estoy segura que lo maldijo. Mi pobre niño, resultó ser un engendro. Ella me lo envenenó y me pudrió por dentro. Maldiciendo mi cuerpo para no poder volver a concebir”- declaró Brunette.



Se alzó un gran revuelo en la sala. Las pequeñas mentirosas se revolvían en su banqueta. Gritaban y sollozaban. Decían primero que alguien les mordía, después que alguien las quemaba y al final sentían picotazos. Chillaban a algún ente que las dejara en paz, como hablándole al viento, que no se rendirían a Él.



- “Ella trajo la muerte a esta comunidad. Sólo hay que ver las muertes que tenemos por peste. El ambiente de enfermedad que acecha en cada esquina. El joven médico Isaac ya nos dijo que eran los casos de peste más fuerte que había visto en los últimos meses. Seguro que ella y sus amigas brujas tuvieron algo que ver” –afirmó alguien desde su asiento.



- Joan Peakes se dispuso a hablar entre temblores fingidos- “Yo la vi. Tenía en su habitación artefactos extraños. Entre ellos una caja con un símbolo demoníaco. Era la caja de Pandora, que trajo todas las enfermedades de este mundo. Ella trajo la peste. Ella provoca que las heridas se ulceren. Que sus marcas sean tan negras como una noche sin luna y que supuren sangre. Y que el aire viciado contamine los pulmones y ahogue a los mismos enfermos” – empezó a ahogarse y a toser de forma abrupta.



- “Silencio. No escucharé más. Hay pruebas suficientes y hemos tenido que escuchar episodios penosos aquí. Episodios sangrientos, que no los cometería ni el animal más salvaje. Esclava Tamiel… por todo esto te acuso de brujería y te condeno a la horca. Fuera de mi vista. Moriréis en unas horas, lo bien aseguro” – por fin sentenció Patton, aunque como había dicho anteriormente, su sentencia ya era firme antes de escuchar mis acusaciones. Acusaciones que conocía muy bien, pues era culpable de todas ellas.



- “Yo no estoy tan segura de eso Richard Patton. Sin embargo, estoy segura de que tu sangre regará los campos esta noche. De que yo bailaré en un campo abonado con vuestros muertos… Los muertos de vuestro pueblo.

 ¿Acaso sois menos pecadores que yo? - me dirigí a toda la comunidad- Juráis respeto a vuestras esposas pero sin embargo se os ha visto más de una vez visitar la casa de placer a espaldas suyas. O yacéis con hombres a escondidas cuando vuestros maridos están trabajando el campo. Algunos hasta habéis matado por unas monedas o habéis condenado falsamente a hermanos para adquirir sus fortunas. O peor, habéis asesinado. Sin contar los asesinatos del pueblo que ocupaba, en paz y libertad, estas tierras antes que vosotros.  

Y luego os sentáis aquí, a juzgar a otros y a decir que seguís devotamente el mandato de Dios. A rezar a un Dios al que ofendéis. Os decís a vosotros mismos y a vuestro pueblo que no pecáis. Que seguís el camino recto y piadoso.  Pero repetir esa mentira no la hace más cierta. Hipócritas.



Un último golpe. Pero no mortal, ni tampoco por parte de Patton. No sé quién lo propinó. A esas alturas muchos me querían muerta. Había sido un golpe un poco por encima de la sien que me dejó desorientada. Sentí como me sacaron de allí 2 hombres entre los gritos de toda la comunidad. A mi paso, las niñas me miraban con los ojos salidos de sus órbitas. Todavía chillaban y se tiraban al suelo clamando que las dejase, que les hacía daño. Empezaron a tener problemas para respirar y sus madres las intentaban contener como podían agarrando sus caras y acariciando sus cabellos para tranquilizarlas. El resto del pueblo, me lanzaba comida podrida hasta el camino de la celda, exclamando:



- “¡BRUJAAAAA! ¡MORIRÁS ESTA NOCHE, BRUJAAAAAAAA! ¡CONDENADA! ¡A LA HORCAAAAAAAA!



Me llevaron a la celda situada al lado de la gran horca preparada. Mi corredor de la muerte no iba a ser un paseo largo. Sola y sin compañía. Una celda en la que otras mujeres habían estado acusadas por la histeria de su propia comunidad. Todas ellas murieron inocentes. Yo no lo era. Y yo no moriría.



Hubiera podido salvarme. Convertirme en espectro y viajar más allá del pueblo para verlo arder al anochecer. Mi magia era cada vez más poderosa, porqué sentía como el inferno estaba a punto de abrirse paso. Y sabía cómo usar esa magia. Entonces, bien podría haberlo hecho. Sin embargo, me quedé a enfrentar mi destino.

Para abrir un nuevo mundo hacen falta muchos sacrificios. Le proporcionaría al Señor Oscuro todo un pueblo, más las almas que ya habían sido condenadas por el mismo. Pero el más poderoso seguía siendo el de una propia bruja. No temía entonces mi final, estaba preparada. Además, sabía que renacería de entre las cenizas del infierno para ser su reina. Pero debía morir en este mundo antes, y les di a esos bastardos las instrucciones necesarias para que me llevasen al matadero. ¿Quién sino habría sido tan estúpida de dejarse ver por esas plañideras? ¿Por qué si no las habría dejado vivir lo suficiente para delatarme?



Sólo recibí un trozo de pan y un vaso de agua mientras estaba encerrada. Fue mucho más de lo que esperaba. Muchos curiosos pasaban a desafiarme con la mirada, pero aguantaban apenas 3 minutos temerosos de que los hechizara. Como si me importara lo más mínimo. Otros, si debían de cruzar por la prisión de camino a casa, lo hacían con la cabeza gacha para no mirar, e incluso corrían a encerrarse en sus casas atrancando sus puertas con todos los candados que pudiesen encontrar. El mundo estaba atemorizado y era de estúpidos ignorantes no estarlo.



Aquellas horas antes de mi muerte me senté en el centro de la celda y recité varias veces en un murmullo:


Etsi an Nebratron hamatas kwairegem. Etsi hunak non innisumi leu wesratis kareenkhe dünasse. Itsi traissalaam, mastigahra, koimmunda, akhita libaarkeesk. Itsi nat yenvagre en Nebratronak, Sataan*”

 *El Maestro busca su novia. No podéis resistir ni mi invocación ni su poder. Rendíos impuros y espíritus malditos.  Entregaos a vuestro Maestro, Satán.


Estuve recitándolo durante un buen rato. Invocando a los espíritus y a mis otras hermanas brujas para que se presentaran esa misma noche. Como ya les había advertido a los puritanos, el ritual estaba casi completado. Sólo faltaban los invitados de honor.



Una hora más tarde el mismo Patton escoltado por varios hombres vino a buscarme:



-“Ha llegado la hora, bruja. Levanta y camina hacia tu destino final.



- “Con mucho gusto magistrado. No tengo miedo. Esta muerte es sólo el principio.”



Mientras caminaba por los pocos metros que separaban la celda desde mi horca vi a todo el pueblo clamando por mi cabeza. Vi a todos mis acusadores en primera línea. Juraría que vi a las mentirosas sonreír. Lo harían por poco tiempo. Los consejeros que habían estado presentes en el juicio también estaban presentes en su desenlace.



Y al fin llegué a la plataforma dispuesta, sin miedo. Y Patton me anudó la soga al cuello sin dejarme declarar mis últimas palabras. No me hicieron falta tampoco. 


Y mientras sentía el lazo alrededor del cuello, en ese momento crucial, el cielo se volvió de un rojo intenso y surgieron columnas de fuego alzándose en el mismo. Y grité a todo el populacho:


“- Ese es mi maestro y ya es inútil huir… vosotros, ilusos puritanos reprimidos. ¿Dónde está vuestro Dios ahora? Presentaos ante el Príncipe de las tinieblas. Nosotras seremos ejecutoras del castigo que os espera.



Y ya no estaba en la horca y no fui el último sacrificio, sino el primer milagro. Y empecé a levitar recitando la palabra del Diablo. Y empecé a ver como entre la gente se alzaba un ejército de hermanas brujas y de espectros salidos de la tierra, que se tornaba yerma y cubierta de cenizas.

Unos puritanos eran descuartizados. Otros perecían en un fuego que se originaba en sus propios cuerpos. Los demás, influidos con una locura tal, que se devoraban su propia carne y se retorcían en el suelo sufriendo los estigmas por los que me habían condenado… por los que nos habían condenado.

Ahora sí que las pequeñas mentirosas se retorcían de dolor. Ahora sí que no sonreían.



Todo se tornó infierno y  ese infierno… era nuestro.   



Me acerqué a Richard Patton. Éstas si que fueron mis últimas palabras. O al menos las últimas que él escucharía.



- “Te dije que al acabar este día vería a todo el mundo arder y que te quemarías en una pira. Me equivoqué en una cosa… no tienes pira.



Parpadeé y lo vi arder. Él también se había equivocado. No necesitaba mis manos. Y a través del fuego, me deleité con sus gritos."
 

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