Llevada a concurso aunque no ganó... pero ahí la dejo.
“Cuando sólo la oscuridad te ha
amado, te rindes a ella”
"Fue un día
lejano de 1700 en el territorio de Maine cuando la joven Joan Peakes me señaló
como bruja. Lo hizo entre un teatro de espasmos violentos, frente a toda la
comunidad puritana.
En
aquella época, eso era más que suficiente para un examen, una tortura, un juicio
y una condena. Además, afrontémoslo, el hecho de tener una piel oscura me
acercaba más al diablo que una puritana devota, virgen y pálida.
No
tardaron en llamar al médico Isaac Harrenhalm para que me examinara
cuidadosamente. Lo que hizo fue más examinar, que cuidadosamente. Su misión era
encontrar cualquier marca que delatase mi condición adquirida por las
acusaciones de la señorita Peakes. Como si estuviera marcada como un cerdo. Me
desnudó y toqueteó todo mi cuerpo hasta que encontró una marca en uno de mis
tobillos. En realidad era una marca de nacimiento, no más grande que un lunar, pero
parecía ser una segunda prueba suficiente para asegurar que tenía la marca del
diablo en mi cuerpo. La primera, había sido mi color de piel.
Acto
seguido vino la tortura llevada a cabo por el duro magistrado Richard Patton,
aunque no sólo ese sería su papel en esta historia. Su alma de puritano devoto
se enfrentaba a sus deseos de ver sufrir a la gente. También a sus deseos de lujuria.
Utilizó
los más extraños instrumentos y cada vez que se disponía a torturarme con
alguno de ellos, se empeñaba en explicarme para que servían. Me expuso los
nombres de todos, pero no pudo usar ni la mitad. Debía estar viva aún para el
juicio. Y es que por mucho que debiera morir por sólo esas acusaciones, se
debía aparentar frente a la sociedad un cierto estado de justicia. Y eso
implicaba un juicio, aunque ya hubiera sido declarada culpable sin éste.
Irónico ¿verdad?
Patton
usó la llamada “horquilla” que acolló
en mi cuello impidiéndome cualquier movimiento de cabeza, la “turca” para arrancarme las uñas y los “aplastapulgares” para inutilizar mis
dedos. Creía que usaba las manos para lanzar conjuros. No muy agradable fue
cuando usó “la pera” para desgarrarme
y hacerme sangrar. Me sentí desvirgada por segunda vez y mutilada por primera.
Pero aun con todo, no dije nada, ni siquiera recuerdo haber gritado. Tal vez me
desmayé y por eso no lo hice. Pero no quería darle ese placer.
Después
de todo aquello, pasé a enfrentarme al juicio dirigido por el mismo magistrado,
que un día antes me había estado torturando, y a la cohorte de ignorantes
consejeros que acudirían al mismo. Todos deliberarían escandalizados sobre los
miles de crímenes que se me atribuirían, y, me acusarían sin dudar. Pero si
algo estaba claro, era que el magistrado ya había firmado mi sentencia de
muerte mucho antes de pasar por tal tedioso trámite.
Si
alguien te acusaba de bruja no había defensa posible que esos fanáticos
aceptasen y tu destino se presentaba claro. Pero lejos de negarlo y esconderme,
me descubrí confesando mi naturaleza; Si dijera lo que dijera ya estaba en la
horca, pues que me impedía jugar con los miedos de esos infelices amargados. No
tenía nada que perder. Además… me confieso…
“-Bruja…
Tamiel… te acusan de bruja. Arrepiéntete de tus crímenes y tal vez Dios pueda perdonar
tu alma para que pueda entrar en su reino eterno.”- gritó Patton
después de sentarme en la silla dispuesta en el centro de la capilla. Allí se
había reunido la acusación y la plebe.
Recuerdo
tomarme un tiempo de silencio antes de responder a aquel bastardo asesino y
borracho de Patton. Durante el mismo, miré a todos los presentes de la sala con
una mirada dura e impasible. Juraría que hasta por un momento mis ojos color verde
oliva se tornaron negros azabache. No había iris, ni pupila, tan sólo oscuridad
detrás de ellos. Y con una expresión de rabia contenida, por fin dije:
“-
Yo
confieso. ¿Es eso lo que queréis oír? Ya tenéis mi confesión y nada os detiene a
lanzarme al fuego. Pero prometo que seré yo quien vea este mundo arder antes
del fin de este día y a todos vosotros, colonos despreciables. Juro que será
una grata visión.”
Patton
me interrumpió:
“-
¿Entonces
admites los crímenes horrendos que cometiste? ¿Admites la práctica del culto
del cual se te acusa? ¿No reniegas de tu naturaleza infernal?” - Miró a los presentes con una pose de
suficiencia y poder.
“-
¿Y
tú, Pecador? ¿Acaso no los has cometido aun predicando la palabra de tu Dios? ¿Crees
que te va a salvar de tus crímenes contra mi gente? ¿Contra otros pueblos
libres e inocentes? Desposeídos de sus tierras y de sus vidas, masacrados y esclavizados
simplemente para que vosotros pudierais construir esta comunidad de cucarachas
y regar la tierra con su sangre. ¿Eso no es pecado? ¿Es eso lo que predica tu
Dios?”
“-Silencio
bruja”- me pegó. “No estamos aquí para oírte clamar por un par
de indios herejes, sino para oír tu confesión.”
-
“¡Ahorcad
a la bruja!”- clamaban unos; “¡Quemadla!”- chillaban otros.
“Empieza
a hablar antes de que el hastío me haga prenderte fuego en este instante y sin
necesidad de una hoguera.”- me susurró el magistrado.
Todo
el griterío de la sala únicamente se interrumpió por la pregunta de Peter
Compton, un joven inexperto que había heredado el cargo de presidente del
consejo a la muerte de su enfermo padre, Tobías Compton. -“¿Cómo se os apareció el Diablo?”
-“¿Sentís
curiosidad? Deberían ahorcaros también. Sólo hablar de ello parece ser condena
suficiente, más aún, preguntar con curiosidad por sus prácticas. No vaya a ser
que usted quiera descubrir cómo encontrar a Satán”- le espeté.
-
“¡Calumnias!
Aunque ya hayáis confesado, necesitamos saber todo sobre las prácticas de
hechicería. También es importante documentar todos vuestros actos para emitir
un juicio. Sólo conociendo las prácticas de una bruja se sabe cómo identificar
a las demás cuando estén entre nosotros. Quizá hasta consigamos sacarte los
nombres de otras”- respondió.
-
“Está
bien señor Compton. Si documentar es lo que quiere y si tiene tanta
curiosidad... Mi Señor oscuro se me
apareció como un hombre alto y vestido de negro. Con un cabello hosco y largo, y
ojos de un intenso color rubí. Su voz era penetrante y autoritaria. Samael dice
llamarse”- me detuve un momento y proseguí-
“Pero
adopta muchas nombres, y muchas formas. Algunas veces se aparece como un lobo,
otras como una cabra negra. Incluso puede ser un cuervo o una alimaña si lo
desea. Pero también puede adoptar las formas de personas que nos son conocidas,
queridas o incluso deseadas.” - comenté extasiada.
“-
Preguntadle
que le prometió para querernos infligir tanto daño”- exigió Mary Warren.
Y con voz lastimera siguió: -“¿Porque hace daño a nuestras niñas?”
“-
JAJAJAJAJAJA.
¿Daño? De verdad creéis que ¿soy tan estúpida cómo para provocarles sólo
espasmos o simples quemaduras? ¿Tan buenas mentirosas son que os convencen sus
teatrillos? ¿Qué si mi Señor no me hubiera pedido sus vidas, no estarían con
sus cuerpos quebrados y su voz rota a estas horas? Todavía no conocen el daño…
pero lo harán, igual que todos vosotros. ¡Pagaréis!”
Un
segundo golpe. Una segunda bofetada que me dejaría una buena marca y un labio
roto.
-“No me
hagáis callar magistrado. Queríais una confesión, pues ahora la tendréis…
Debéis saber
que os esperan horrores a la caída del sol en este día. Un nuevo mundo de fuego
se alzará con ríos de alquitrán y tierra yerma cosechada sólo con cenizas. Y mi
Señor será el único príncipe que lo regirá. Para vuestra persona y vuestra
comunidad de corderitos hipócritas, sin duda será un reino de destrucción. Para
sus siervos oscuros, en cambio, será uno de libertad.
Un reino donde
no habrá leyes que opriman los deseos de cualquier hombre ni de cualquier mujer.
Donde se dejará actuar libremente a los poderes de la naturaleza y a sus
deseos. Naturaleza a la cual vosotros habéis intentado destruir y encorsetar.
Confieso
todo. El ritual se ha iniciado ya y queda poco para concluirlo, y debéis saber
que yo he sido la elegida para dar entrada a este nuevo orden en el mundo. Que
tendré el privilegio de bailar desnuda en la hoguera dispuesta para vuestra
alma especialmente, Patton. Ya os he predicho que arderíais, como todas esas
inocentes a las que mandasteis quemar. Vuestra pira ya está instalada.
Desde que me
capturaron, he tenido visitas de mi Señor oscuro, lo confieso. El único que me
ha acogido en su seno. No vuestro Dios, no vuestros puritanos y falsos altruistas.
He sido vendida como si fuera una vaca a los mismos hombres que mataron a mi
sangre sin escrúpulos ni remordimientos. Servía para cocinar, para lavar, para cuidar
de vuestros hijos e incluso para satisfacer la lujuria de aquellos malnacidos
que mercadeaban conmigo. ¿Por qué les habría de honrar con escrúpulos yo ahora?
Las visitas
de mi Señor – me dirigí a Compton que había
mostrado interés en ese tema anteriormente- eran en la medianoche y en el silencio del
bosque, meciéndome en la oscuridad del mismo. He bailado con Él la danza de la
magia, y le he entregado mi cuerpo sellando así un pacto de lealtad eterna. Yo
con Él y Él conmigo. Me dio todos los poderes del viento, del agua, de la
tierra y del fuego, y me hizo lo suficientemente fuerte para caminar entre vuestra
sociedad corrupta hasta encontrar la venganza.”
“-¡¡¡¡¡¡BRUJAAAAAAAAA!!!!!
¡¡¡¡¡¡A LA HORCA!!!!!!”- vociferaba ahora todo el populacho.
Entre
las voces, Richard Patton nombró a Meredith Cabbot. Una chiquilla de apenas 20
años de edad.
-“Meredith,
acércate y cuéntanos con sinceridad, niña. Señala a la causante de tu malestar.
¿Qué pasó durante aquellas noches en las que tu juicio se nublaba? ¿Qué te
hicieron para apartarte de la senda de Dios? Dinos que te hizo enfermar.”-
le apremió.
Todo
el mundo calló para escuchar su testimonio. Y la chiquilla abrió la boca.
-
“Yo…”-
empezó con timidez- Una noche antes de ir a la cama, me quedé absorta en mis lecturas y de
repente un ruido me sobresaltó. Vi como la puerta se abría lentamente y
apareció Tamiel envuelta en una gran capa negra. Juro que era ella, estoy segura.
Al principio
sentí que estaba en un sueño y que en algún momento habría debido de caer
dormida… pero ahora sé que fue tan real como el hecho de que usted está ahora
mismo frente a mí, en carne y hueso.
Cerró su
mano hacía mí, y cuando lo hizo, sentía como me oprimía la garganta para no
chillar y dejaba todo mi cuerpo inmóvil. Se acercó a mí y me susurró cosas al
oído en un idioma que me fue totalmente desconocido e incómodo a los oídos.
Después, de
su capa sacó una serpiente la cual me metió por la oreja, y que acabó alojada en
mi vientre, no sin antes haciéndome sangrar por la nariz.
Estuve
durante varios días postrada en una cama con sueños perversos y llenos de
horror. Sin poder articular palabra ni moverme, y sin embargo, hubo momentos en
los que de forma intermitente sufría de espasmos violentos y mi cuerpo se
retorcía por el dolor. Sólo tuve momentos de paz cuando el Pastor Bolton rezaba
por mí a los pies de mi cama. Pero en cuanto quedaba a solas en mi habitación
se me aparecía una mujer anciana llena de quemaduras para atormentarme de nuevo.
A menudo me mordía y pude sentir como bebía mi sangre.
Mantuvo sus
visitas durante varias noches señor magistrado. Pero un día, con los rezos del
Pastor, por fin la serpiente abandonó mi estómago saliendo por mí boca, y sólo
sé que las visiones se desvanecieron y pude recuperarme. Un exorcismo lo llamó
el buen pastor, y gracias a éste, hace ya varias semanas que no tengo crisis, y
rezo a Dios para que me guarde de ser objeto del mal otra vez.”
-
“¿Y
por qué crees que te atormentaba a ti, Meredith? ¿Pudo haber alguna razón
poderosa por la que vino a ti a hacerte daño?”- demandó el magistrado
-“Si,
señor. Así lo creo.
Unos días
antes de la recogida de la cosecha vi a Tamiel preparar un raro ungüento en la
cocina, con una mezcla de hierbas que me eran totalmente desconocidas. Mientras
hacía el jugo, repetía unas palabras incomprensibles cada vez con más ímpetu. Al
amanecer, le vi esparcir el brebaje por el pequeño huerto que mi familia posee,
el cual nos abastece contra el hambre e incluso nos proporciona, a veces,
negocio. Y al día siguiente a ese, mi padre nos despertó con sus gritos de
desesperación. Habíamos perdido toda nuestra pequeña cosecha. Hasta la última
porción de tierra del huerto estaba arruinada. Fue como si de un día para otro
se hubiera quemado, se hubiera quedado estéril con un aspecto negruzco. De allí
sólo pudimos sacar larvas.
Asustada por
lo que había hecho, le pedí a Tamiel que confesara y que preparara, tal vez,
otro ungüento para sanar la tierra de nuevo. Le expliqué que era inútil negar
la verdad, puesto que yo misma le había visto provocar todo aquello. No se lo
tomó bien, y me dijo que pagaría muy caro si se enteraba que yo la acusaba.
Estoy segura de que eso fue por lo que me atormentó. Para silenciarme y tal vez
también esperaba entregarme al mal para ser su cómplice.”
-“He
aquí un primer testimonio contra las actividades de la bruja, mis ilustres
consejeros. Y bien me temo que no será el único, pues aguardan más testigos”-dictaminó
Patton
-“Magistrado…
no hace falta que se esfuerce. Si quería oír detalles morbosos sobre mis
conjuras podría habérmelo dicho antes. No ha escuchado los más horrendos que he
cometido. Aquello sólo fue un juego de niños. Apenas mi primer conjuro, una
práctica. Hay cosas más poderosas que destrozar una cosecha. ¿Quiere que las
enumere para el pueblo?- y le dije con desprecio- Que hombrecillo más penoso es
usted. Puedo oler desde de aquí su deseo de curiosidad… y a la vez, también el
de su miedo.”
Otro
golpe. Está vez en el pecho.
Reconozco
que me tumbó en el suelo durante al menos 15 minutos, tosiendo y escupiendo
sangre. Mi cabeza me daba vueltas y lejanos, al fondo, escuchaba los gritos de
todas aquellas embusteras; A la acusación principal de Joan Peakes, se habían
añadido los de Elisabeth Putsie, Bridget Farnes, Cory White, Rebecca Calgary y
Betthany Appleblack. Ni siquiera hizo falta que hubieran sufrido de mi magia.
Sólo que todo ese grupo de amigas se revolvieran en sus sillas aullando de un
dolor imaginario, chillando y señalándome a intervalos del juicio. Si de
repente una actuaba como si tuviera una sarpullido, las otras le seguían. Y cambiaban
sus síntomas tan pronto y a menudo como el consejero Britt Maslow se secaba la
frente con el pañuelo, a causa del sudor producido por este incómodo escenario.
-
“¡Cuidado!
Aunque no se te estuviera interrogando por bruja ya te podría haber colgado por
tu lengua. No olvides que eres una sucia esclava”
-
“Que
haya sido vendida para trabajar en sus cocinas o limpiando no significará nunca
que sea una esclava. Ni siquiera que pueda hacerme dejar de escupirle las
verdades a la cara.”
No
tardó mucho en llegar el turno de la acusación de Elisabeth Penobscot.
Elisabeth
era una mujer vieja y fea. Tan devota a su Dios como malvada con el prójimo.
Era la típica mujer que curioseaba todo a tu alrededor, que se acercaba como
una amorosa hermana, pero que no se lo pensaría dos veces para venderte al
mejor postor. Estaba clara la posición que iba a tomar.
-“Señora
Penobscot- yo la habría llamado viuda, y alegre, tal vez- usted
también vio a la acusada practicar sus malas artes. Nos gustaría que nos
describiera esos incidentes. Sabe lo relevante que es documentar todo este
proceso, como dijo el señor Compton. Por favor, aclárenos lo que pasó.”
Y
la gallina vieja empezó a cacarear- “Mis buenos amigos y vecinos. He presenciado
los actos tan horribles que ha llevado a cabo esta esclava.
El otro día,
antes del ocaso, estaba recogiendo madera en el bosque cercano para mantener el
ambiente de la casa. Este invierno ha sido bastante duro, y mi difunto esposo
se quejaba de los huesos. La humedad y el frío lo debilitaron bastante y al
final Dios lo reclamó para Él. Pido que lo haya acogido en su gloria.
El caso es
que escuché ruidos extraños traídos por el viento. Y caminé y caminé hasta que
los sonidos se hacían más claros y más penetrantes. Me escondí tras unos
matorrales y allí estaba, en un claro del bosque. La esclava, arrodillada,
balanceaba su torso a la vez que entonaba unos cánticos extraños. Y mientras
cantaba, presencié como estranguló un gallo negro y recogía su sangre en una
especie de recipiente para luego beberla. De repente se derrumbó como si se
hubiera desmayado, y pude ver como sus ojos se habían vuelto blancos y su
cuerpo empezó a flotar como si de un fantasma se tratara. Y…Y…Y empezó a
elevarse; yo diría que hasta dos metros más allá del suelo.
No quise ver
más, y después de eso, fui a casa con mi esposo tan rápido como mis cansadas
piernas me permitieron. Pero atemorizada como estaba, no me atreví a contar
nada. Quise negarlo y apartarlo de mi mente.
Fue
entonces cuando mis primeras acusadoras mentirosas envolvieron la capilla de
nuevo con aullidos de dolor. Una empezó a decir que sentía como alguien le
quemaba la piel, otra empezó a rascarse por todo el cuerpo con furia. Las demás
se frotaban la cara con violencia e incluso se pegaban a ellas mismas como
intentando sacar moscas de sus cabezas.
Ahí
fue cuando el magistrado me agarró del pelo y me arrastró obligándome a ponerme
de rodillas y mirar el espectáculo de dolor, fingido, de las pequeñas
embusteras.
Pero
Elisabeth Penobscot no había acabado su versión. Y con una voz alzada empezó a
decir:
-
“Hice
lo posible para olvidar lo que había presenciado aquella noche, pero de algún
modo siempre estaba vigilante de la bruja y venían a mí visiones horribles. Pero
tampoco podía acusarla. Estaba aterrorizada por lo que podía hacernos a mí y a
mi marido.
Sin embargo,
todavía hay una cosa peor que vi hacer a esta bruja esclava. Es mi deber y os
lo voy a relatar a continuación. Creo… No… estoy segura que el fallecido bebé
de Taisa Burnes no murió en su vientre. La vida de aquel niño fue sesgada por
esta mujer indecente -me señaló con dedo firme.
-
“Y
¿cómo estáis tan segura? ¡Decidlo!” - le increpó el señor Burnes, el
padre de aquel maltrecho niño.
-
“Después
del parto de Taisa, al que asistimos como comadronas, la vi tomar el bebé entre
sus brazos y no se lo devolvió a la madre asegurándonos a todas las presentes que
había nacido muerto.
Pero yo
necesitaba ver a ese niño y la seguí. Pensaba que se apresuraba a llevarle a un
lugar resguardado para darle sepultura pero vi algo muy distinto.
Pronunciando
un hechizo le hincó un puñal en su pobre corazón. La vi beber la sangre del
pequeño, y cuando toda vida había abandonado su cuerpo, lo abrió para comerse
sus diminutos órganos. Parecía un animal comiendo carroña, y mientras lo hacía
reía disfrutando del placer de su festín. Ya os lo podéis figurar, mi señor
magistrado. Corrí hacia mi casa tan rápido como pude y cerré la puerta con
candados. Desde entonces, no he querido ni mirar a la cara a la bruja”.
El
señor Burnes quiso arrancarme la cabeza. No lo juzgo. Debería querer arrancarme
algo más que la cabeza. Enloquecido por el dolor, hicieron falta 4 hombres para
que no llegara a tomarse la justicia por su mano antes de tiempo. El joven médico
Isaac Harrenhalm hizo el resto al sedarlo con sus propias pociones. Se lo
llevaron de allí entre sollozos débiles y maldiciones. La señora Burnes
simplemente chilló de dolor hasta desmayarse. La vieja Penobscot podía ser muy
gráfica.
-“Sin
embargo, viuda Penobscot, no visteis vivo al niño. No sabéis si apuñalé a un
cadáver”- sonreí irónicamente.
-“Como
osáis ni siquiera hablar, sucia india- me escupió Patton- Y ni
siquiera lo negáis. La vida de un niño. ¿Qué locura te impulsa a esas horrendas
prácticas, mujer del diablo?”
-“Como
ya os he dicho, no sabéis si apuñalé a un niño ya muerto. Ni siquiera a uno
querido. Y sí, lo reconozco, la sangre de los más inocentes ayuda a rejuvenecer” –exclamé
entre risas. “Mi Señor se alimenta de mí, y lo hace de sangre. Que sangre más pura
que la de un recién nacido. Deberíais probarla señor Patton, tal vez os alivie
de vuestra amargura y lujuria”.
Patton
agarró un cuchillo con disposición a rasgarme la garganta y también esparcir
mis tripas por todo el salón, pero una voz se lo impidió.
-
“¡Patton,
detente! Esta bruja está más que condenada por las leyes de Dios y las leyes de
los hombres. No se manche las manos ni manche la casa de Dios. Su pena es la
horca y le aseguro que la arrastraré yo mismo a ella”– declaró el
mismísimo pastor Bolton.
En
ese momento, Brunette McAvoy, con una voz desesperada y entrecortada por sus
lloriqueos intervino también.
-
“¡Mi
hijo. También matasteis a mi hijo. Confesadlo!”
-
“Tiene
razón. También asistió al parto de la señora McAvoy. Su hijo nació siendo una
monstruosidad de la naturaleza. Nació con cuernos y su piel era áspera como la
de una serpiente. El muchacho no pudo respirar ni 2 minutos en esta tierra. Y
mejor que no lo hubiera hecho. Ese niño no era fruto de Dios”.-
asintió, santiguándose, la vieja Penobscot.
-“Era
mi hijo, y estaba sano hasta que ésta impía puso sus manos sobre mi vientre.
Estoy segura que lo maldijo. Mi pobre niño, resultó ser un engendro. Ella me lo
envenenó y me pudrió por dentro. Maldiciendo mi cuerpo para no poder volver a
concebir”- declaró Brunette.
Se
alzó un gran revuelo en la sala. Las pequeñas mentirosas se revolvían en su
banqueta. Gritaban y sollozaban. Decían primero que alguien les mordía, después
que alguien las quemaba y al final sentían picotazos. Chillaban a algún ente que
las dejara en paz, como hablándole al viento, que no se rendirían a Él.
-
“Ella
trajo la muerte a esta comunidad. Sólo hay que ver las muertes que tenemos por
peste. El ambiente de enfermedad que acecha en cada esquina. El joven médico
Isaac ya nos dijo que eran los casos de peste más fuerte que había visto en los
últimos meses. Seguro que ella y sus amigas brujas tuvieron algo que ver” –afirmó
alguien desde su asiento.
-
Joan Peakes se dispuso a hablar entre temblores fingidos- “Yo la vi. Tenía en su habitación
artefactos extraños. Entre ellos una caja con un símbolo demoníaco. Era la caja
de Pandora, que trajo todas las enfermedades de este mundo. Ella trajo la
peste. Ella provoca que las heridas se ulceren. Que sus marcas sean tan negras
como una noche sin luna y que supuren sangre. Y que el aire viciado contamine
los pulmones y ahogue a los mismos enfermos” – empezó a ahogarse y a
toser de forma abrupta.
-
“Silencio.
No escucharé más. Hay pruebas suficientes y hemos tenido que escuchar episodios
penosos aquí. Episodios sangrientos, que no los cometería ni el animal más
salvaje. Esclava Tamiel… por todo esto te acuso de brujería y te condeno a la
horca. Fuera de mi vista. Moriréis en unas horas, lo bien aseguro” –
por fin sentenció Patton, aunque como había dicho anteriormente, su sentencia
ya era firme antes de escuchar mis acusaciones. Acusaciones que conocía muy
bien, pues era culpable de todas ellas.
-
“Yo
no estoy tan segura de eso Richard Patton. Sin embargo, estoy segura de que tu
sangre regará los campos esta noche. De que yo bailaré en un campo abonado con
vuestros muertos… Los muertos de vuestro pueblo.
¿Acaso sois menos pecadores que yo? -
me dirigí a toda la comunidad- Juráis respeto a vuestras esposas pero sin
embargo se os ha visto más de una vez visitar la casa de placer a espaldas
suyas. O yacéis con hombres a escondidas cuando vuestros maridos están
trabajando el campo. Algunos hasta habéis matado por unas monedas o habéis
condenado falsamente a hermanos para adquirir sus fortunas. O peor, habéis asesinado.
Sin contar los asesinatos del pueblo que ocupaba, en paz y libertad, estas
tierras antes que vosotros.
Y luego os
sentáis aquí, a juzgar a otros y a decir que seguís devotamente el mandato de
Dios. A rezar a un Dios al que ofendéis. Os decís a vosotros mismos y a vuestro
pueblo que no pecáis. Que seguís el camino recto y piadoso. Pero repetir esa mentira no la hace más cierta.
Hipócritas. ”
Un
último golpe. Pero no mortal, ni tampoco por parte de Patton. No sé quién lo
propinó. A esas alturas muchos me querían muerta. Había sido un golpe un poco
por encima de la sien que me dejó desorientada. Sentí como me sacaron de allí 2
hombres entre los gritos de toda la comunidad. A mi paso, las niñas me miraban
con los ojos salidos de sus órbitas. Todavía chillaban y se tiraban al suelo
clamando que las dejase, que les hacía daño. Empezaron a tener problemas para
respirar y sus madres las intentaban contener como podían agarrando sus caras y
acariciando sus cabellos para tranquilizarlas. El resto del pueblo, me lanzaba
comida podrida hasta el camino de la celda, exclamando:
-
“¡BRUJAAAAA!
¡MORIRÁS ESTA NOCHE, BRUJAAAAAAAA! ¡CONDENADA! ¡A LA HORCAAAAAAAA!”
Me
llevaron a la celda situada al lado de la gran horca preparada. Mi corredor de
la muerte no iba a ser un paseo largo. Sola y sin compañía. Una celda en la que
otras mujeres habían estado acusadas por la histeria de su propia comunidad. Todas
ellas murieron inocentes. Yo no lo era. Y yo no moriría.
Hubiera
podido salvarme. Convertirme en espectro y viajar más allá del pueblo para
verlo arder al anochecer. Mi magia era cada vez más poderosa, porqué sentía
como el inferno estaba a punto de abrirse paso. Y sabía cómo usar esa magia.
Entonces, bien podría haberlo hecho. Sin embargo, me quedé a enfrentar mi
destino.
Para
abrir un nuevo mundo hacen falta muchos sacrificios. Le proporcionaría al Señor
Oscuro todo un pueblo, más las almas que ya habían sido condenadas por el mismo.
Pero el más poderoso seguía siendo el de una propia bruja. No temía entonces mi
final, estaba preparada. Además, sabía que renacería de entre las cenizas del
infierno para ser su reina. Pero debía morir en este mundo antes, y les di a
esos bastardos las instrucciones necesarias para que me llevasen al matadero.
¿Quién sino habría sido tan estúpida de dejarse ver por esas plañideras? ¿Por
qué si no las habría dejado vivir lo suficiente para delatarme?
Sólo
recibí un trozo de pan y un vaso de agua mientras estaba encerrada. Fue mucho
más de lo que esperaba. Muchos curiosos pasaban a desafiarme con la mirada,
pero aguantaban apenas 3 minutos temerosos de que los hechizara. Como si me
importara lo más mínimo. Otros, si debían de cruzar por la prisión de camino a
casa, lo hacían con la cabeza gacha para no mirar, e incluso corrían a
encerrarse en sus casas atrancando sus puertas con todos los candados que
pudiesen encontrar. El mundo estaba atemorizado y era de estúpidos ignorantes
no estarlo.
Aquellas
horas antes de mi muerte me senté en el centro de la celda y recité varias
veces en un murmullo:
“Etsi an Nebratron hamatas kwairegem. Etsi hunak
non innisumi leu wesratis kareenkhe dünasse. Itsi traissalaam, mastigahra,
koimmunda, akhita libaarkeesk. Itsi nat yenvagre en Nebratronak, Sataan*”
*El Maestro busca su novia.
No podéis resistir ni mi invocación ni su poder. Rendíos impuros y espíritus
malditos. Entregaos a vuestro Maestro,
Satán.
Estuve
recitándolo durante un buen rato. Invocando a los espíritus y a mis otras
hermanas brujas para que se presentaran esa misma noche. Como ya les había
advertido a los puritanos, el ritual estaba casi completado. Sólo faltaban los
invitados de honor.
Una hora
más tarde el mismo Patton escoltado por varios hombres vino a buscarme:
-“Ha llegado la hora, bruja. Levanta y
camina hacia tu destino final.”
- “Con mucho gusto magistrado. No tengo
miedo. Esta muerte es sólo el principio.”
Mientras
caminaba por los pocos metros que separaban la celda desde mi horca vi a todo
el pueblo clamando por mi cabeza. Vi a todos mis acusadores en primera línea.
Juraría que vi a las mentirosas sonreír. Lo harían por poco tiempo. Los
consejeros que habían estado presentes en el juicio también estaban presentes
en su desenlace.
Y al fin
llegué a la plataforma dispuesta, sin miedo. Y Patton me anudó la soga al
cuello sin dejarme declarar mis últimas palabras. No me hicieron falta
tampoco.
“-
Ese
es mi maestro y ya es inútil huir… vosotros, ilusos puritanos reprimidos.
¿Dónde está vuestro Dios ahora? Presentaos ante el Príncipe de las tinieblas. Nosotras
seremos ejecutoras del castigo que os espera.”
Y
ya no estaba en la horca y no fui el último sacrificio, sino el primer milagro.
Y empecé a levitar recitando la palabra del Diablo. Y empecé a ver como entre
la gente se alzaba un ejército de hermanas brujas y de espectros salidos de la
tierra, que se tornaba yerma y cubierta de cenizas.
Unos
puritanos eran descuartizados. Otros perecían en un fuego que se originaba en
sus propios cuerpos. Los demás, influidos con una locura tal, que se devoraban
su propia carne y se retorcían en el suelo sufriendo los estigmas por los que
me habían condenado… por los que nos habían condenado.
Ahora
sí que las pequeñas mentirosas se retorcían de dolor. Ahora sí que no sonreían.
Todo
se tornó infierno y ese infierno… era
nuestro.
Me
acerqué a Richard Patton. Éstas si que fueron mis últimas palabras. O al menos
las últimas que él escucharía.
-
“Te
dije que al acabar este día vería a todo el mundo arder y que te quemarías en
una pira. Me equivoqué en una cosa… no tienes pira.
Parpadeé
y lo vi arder. Él también se había equivocado. No necesitaba mis manos. Y a
través del fuego, me deleité con sus gritos."
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