Dragón

Llevaba un sombrero fedora negro, un esmoquin color midnight blue y un Chesterfield overcoat azul marino. Respondía al nombre de Gevorg.


Limpiaba con un paño húmedo y una pasividad portentosa la sangre que le había quedado entre los dedos. Su rostro era frío, de rasgos duros y molía un palillo entre sus dientes con una cierta desidia. No le quedaba nada por hacer allí y no quería estar más tiempo de lo necesario. Ahora le tocaba desaparecer de la escena del crimen antes de que la policía hiciera su aparición.

Había descendido a las profundidades del tugurio de lo que Dreki llamaba casa. Nunca le había gustado ese tipo, y a pesar de lo desagradable que fue enfrentarse a él, pensar en matarlo le satisfacía en cierta medida.


Días antes, se habían “apuntado” con la misma mirada de odio cuando se cruzaron en el portal de Britta. Si lo hubiera sabido, le habría fulminado en ese mismo instante con un juego de manos rompiéndole el cuello entre un ruido sordo.
Y es que el muy impresentable salía de la casa de su chica dejándola con moretones en el rostro y dos costillas rotas.

Si tan sólo hubiera escuchado los consejos serenos de Britta, ahora mismo no tendría que estar observándolo desde su Mustang al otro lado de la calle, esperando el momento oportuno para ajustar cuentas.

Pronto apareció en su campo de visión con ese aire de macarra forzado. Con un extraño nerviosismo miraba hacia atrás cada pocos metros, como si lo esperara a él o a la misma muerte (que llegado el punto y dadas las circunstancias, podían convertirse en el mismo personaje).
En un abrir y cerrar de ojos apresurado sacó las llaves y entró en el portal del edificio, el cual se caía a pedazos.




Gevorg accedió poco rato después con aire despreocupado. Gracias a la mala fama de Dreki incluso en su edificio, el portero le facilitó el número de puerta por poco más de 50 pavos y un rolex de imitación. Por darle una paliza a un ser tan despreciable lo consideraba un precio justo; aún así, seguía siendo demasiado dinero malgastado.

Dreki vivía en la primera puerta de un 5º piso sin ascensor. Cuando Gevorg llamó a la puerta, éste le abrió casi en cueros. Sólo llevaba su batín negro con un dragón rojo en el lado del pecho y de lo sorprendido que se quedó se le cayó el porro de marihuana que adornaba su boca torcida. Su tupé a lo James Dean tan bien construido se desmoronó en un segundo. No hubo saludos, ni Gevorg le dió el tiempo suficiente para acabar de exclamar un sonoro “-¡¿Pero que cojones?!”
Sin preguntar, le dio un puñetazo en el estómago y le agarró la muñeca partiéndosela por dos sitios diferentes. Después apuntó al rostro haciéndole sangrar por la nariz. Eludiendo los gritos de dolor de Dreki y sin mediar palabra, le cogió de la solapa del batín y le arrastró hasta el pequeño balcón.

Presionándole la cabeza contra la barandilla le dijo con voz serena:


-“Te lo voy a decir sólo una vez. Despacito para que lo entiendas.
Me da igual lo que hagas; si quieres permanecer aquí, te vas cagando leches, o mueres de una sobredosis en una esquina de Queens. Repito: Me da lo mismo. Lo único que quiero es perderte de vista. Ella ya no te quiere ni te necesita y a juzgar por cómo fue tu última visita creo que estará encantada de no tener que estar nunca más frente a ti. Te aviso que me tiene a mí para defenderla y no hace falta decir que a mí me desagradas, así que yo que tú, y por tu propia integridad física, no me volvería a cruzar en el camino de ninguno de los dos. ¿He sido lo bastante claro?” - exclamó dándole una patada en la rodilla- “No habrá segundas advertencias”.

El fiero dragón se desmayó del dolor y Gevorg lo dejó allí sin más. No le quedaba nada por hacer allí y no quería estar más tiempo de lo necesario.

De repente escuchó las sirenas de un coche de la policía y decidió que era el momento de marchar. Probablemente alguna vecina vieja chismosa alertada por el ruido habría llamado. No se quedaría a comprobarlo. Sin prisa pero sin pausa salió del edificio, sin dar explicaciones. Tampoco fue necesario porque no se encontró a nadie.

De camino al coche se cruzó con una ambulancia. -“¡Qué rápida!”- pensó- “Parece que me estaban esperando”. Pero la ambulancia pasó de largo.
Desgraciadamente, él iba en la misma dirección.

10 minutos de trayecto y llegó a un edificio blanco con un cartel que rezaba “Hospital Belwitch”. Se dirigió a la habitación de Britta y al entrar la encontró mirando por la ventana. Con una amplia sonrisa le dio los chocolates y las flores que le había comprado esa misma mañana, antes de enfrentarse al dragón.

-“Estás bien princesa. Todo está bien”-.

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