Cuentos del (DES)@mor

"Y agarrándose al pecho dijo;
-Aguanta, No te destroces ahora... o nunca 
volverás a recomponerte. 
Y aún con esta advertencia... se le rompió"


"Y fue en ese mismo tren dónde la ví. Iba con los auriculares. La música con el volumen alto, ensordecedor. Al menos, yo podía escuchar la melodía desde el otro lado.
La canción no tenía notas alegres... tampoco letras esperanzadoras. 
Su mirada estaba perdida, quizá en la mota de polvo que se había alojado en la reja del aire acondicionado. Quizá estaba absorta en su baile. 
O quizá estaba perdida en intentar ver los filamentos invisibles del tiempo. Las cuerdas que separan los mundos. El mundo feliz del mundo sombrío en el que estaba estancada. 
Quizá pensaba en cómo escapar de aquel pozo enterno en el que su alegría y su buena suerte estaban atrapadas. En el que habían muerto cubiertas por una espesa oscuridad. Olvidadas. 
A ratos, lloraba... y lloraba tanto. Pero no hacía ruido, como si estuviera avergonzada. Como si su garganta no permitiera desgarrarse gritando. Como si se hubiera desgarrado ya tantas veces... y no le quedara más aliento ni voz para hacerlo. 
Pero a mí no me podía engañar. Lo ví. La ví. Se lo noté. 
Sus ojos estaban rojos, los cuales escondía a momentos tapándose la cara. El flequillo no era aún demasiado largo para cumplir esa misión. 
Sus pestañas estaban húmedas y las lágrimas le recorrían las mejillas hasta posarse en sus labios.
Estaba destruída. No había visto a nadie así. Ni siquiera alzaba la vista para percatarse del nombre de la estación o para hacer algún gesto de desdén cuando el músico le puso el monedero delante. Estaba totalmente abatida. Ausente. Con la mirada entelada por las lágrimas y fija en ningún sitio. Con un llanto tan contenido que resultaba más desgarrador que si hubiera estallado de locura. Sus gestos eran imperceptibles y lentos, como si su vida se evaporara con cada uno de ellos. 
Llegó casi hasta el final de la línea sin percatarse de la discusión que mantenían dos madres a gritos sobre sus hijos rebeldes. Sin percatarse de las muestras de afecto de un labrador a su amo. Sin escuchar los desvaríos de dos adolescentes que comentaban series entre bromas. Sola con la música. Perdida en otro mundo. O perdida en ninguno. 
Y al final apagó el móvil, se quitó los auriculares y suspiró. Miró el nombre de la parada y suspiró. Y bajó del andén. Y miró al espejo de la puerta. 
Y me miré al espejo de la puerta. Y recordé. Recordé mi adiós. Recordé nuestro adiós. Y recordé nuestras últimas palabras. Las que nos dijimos antes de rendirnos a nuestro fracaso: 
- Estoy sufriendo, ¿no lo ves? Yo te quiero... muchísimo. Ni te lo imaginas. Y escuchar que tu ya no. Que sí,... pero que necesitas algo más, que ni siquiera tú sabes pedirme. Ni siquiera tú estás seguro de que necesitas. No sé nada. Y es duro... y cruel... Sufrir por amor.
-Yo también se lo que es sufrir- gritó

- Sí, lo sé...                                               Pero no sabes lo que es el amor."




No hay comentarios:

Publicar un comentario