Otro relato y otra (Des)obra (in)maestra.
“- En
que ha derivado todo esto? Como he llegado aquí?”- se preguntaba mientras se
miraba en el espejo.
Visto desde fuera, parecía que en esa habitación había
otra persona… pero no estaba acompañado. Examinaba su rostro con gran atención,
como si esperara encontrar algo nuevo, algo que marcara sus delirios. Ahora
recordaba con gran claridad el suceso de aquel día y se horrorizaba de lo que
había hecho. Para colmo, en ese espacio, junto sus pensamientos, se colaban de
forma distante los llantos y lamentos desesperados. De sus víctimas primero, y de
sus compañeros después.
-“Una
pastilla”-se recordó- “Hoy toca la azul, al menos es la que me han prescrito”.
Tal como se lo repetía deseaba que sonara convincente, aunque en el fondo, sabía que una simple pastilla no borraría lo que había hecho, ni lo que sentía ahora. Solo esperaba que aquello borrara las voces en su cabeza y que alejara aquellos espectros que se le aparecían por la noche. Permanecía encerrado en la habitación en la que había estado durante esos 3 meses y su futuro no era más prometedor, pues le quedaba el resto de su vida para memorizar y perderse en aquellas paredes blancas. Podía salir al salón y sociabilizar con los otros pacientes, pero no concebía la idea de estar junto a ellos. Extrañamente fruncía el ceño y comentaba en voz baja:
-”Las
sesiones en grupo son suficientes. Ellos están incluso más locos que yo”.
Divagando
sobre todo aquello le golpeó la mente el recuerdo de su última presa (así la
llamaba él). Se auto convencía de que matándola había hecho lo correcto y que
no podía ser castigado ya que seguía, según él, un mandato divino. Su última
víctima, antes que lo pillaran, fue Vilma. Recordaba su pelo cobrizo a la
altura de los hombros, sus ojos verdes, las pecas y lunares que enmarcaban su
cara… Pero lo más dramático es que recordaba su muerte con todo lujo de
detalles pese a que siempre se había perdido en el relato de la misma. Si…
Ahora lo recordaba. Vilma era su compañera de trabajo, una pija rematada,
estúpida y maleducada. Pecaba de soberbia y de una cierta verborrea con la cual
tendía a atacar a la gente y amargar el día a quien se cruzaba con su mal
talante. Aquel
día, Vilma abusó de la paciencia de Galway (así se llamaba). Aquel fue el
último día de Vilma. Galway sólo sabía defenderse de una forma:
-“Las
voces me lo ordenaron. Tengo una misión y ella estaba destinada a dejar este
mundo.”- alegó en el juicio.
Pero
muy en el fondo sabía que lo había hecho por venganza y que el invento de las
voces en su cabeza era un simple cuento de terror para evitar la cárcel.
De
repente, entró en un estado nervioso y le empezaron a dar convulsiones al
recordar la sangre en sus manos, el cuchillo, el cuerpo… Y empezó a chillar y a
caminar de un lado a otro con las manos en la cabeza, como si quisiera
aplastársela. Dos médicos entraron y le suministraron una dosis de
tranquilizantes. Ya atado en la cama, Galway, delirando, miró a sus médicos y
exclamó:
-“ Por
la mañana imagino dragones.”
Definitivamente,
se había perdido en las sombras de la locura.”
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