Un pétalo, y levantaba la vista mirando hacia
el horizonte y divagando sobre su soledad; otro más, y le invadían los
recuerdos de su infancia en que no había preocupaciones y las nubes eran de
caramelo; un tercero, que le recordaba su olor y su nombre; el cuarto, con el
que rememoraba escenas idílicas que nunca volvería a vivir; el quinto, con el
que se deshacía en lágrimas; el sexto, con el que se desgarraba la garganta de
tanto gritar con tanto dolor; y el séptimo, con el que se sumía en un trance y
se tornaba desorientado conducido a un estado de sedación y se dejaba arrastrar
por la corriente del sufrimiento.
Sufría y no sabía hasta cuándo lo
soportaría, hasta cuando podría extender ese dolor.
-Hasta que deshojase todas
las de aquel día? Hasta que deshojase todas las del mercado? Y luego? -Volvería
a la mañana siguiente al mismo ritual.
Nadie le había regalado flores y era
extraño que ahora se hubiese vuelto un fanático de las mismas. Las adquiría
para sí y luego las deshojaba vorazmente, como si pensase que de esa forma
también arrancara el dolor de su pecho. Los pétalos eran su alma rota en
pedazos o quizá eran los surcos que marcaban su piel los tantos disgustos por
los que había pasado.
Se repetía una y otra vez que no podía seguir así y al
romper esas flores se aliviaba pero, al día siguiente, vuelta a empezar, porque
volvía a tener otras flores intactas con las que regresaba a su dolor.
Y es que
cada mañana ese pequeño puesto del mercado dejaba un ramo de margaritas en su
portal, margaritas que en otro tiempo servían como regalo a una persona muy
especial, de ahí que contratara tan extraño servicio matutino. Ahora ya no se
las regalaba a nadie y cada mañana que encontraba un nuevo ramo volvían sus
horrores como si las inocentes flores anunciarán su final.
Cuando aquel día el
último pétalo cayó en el suelo, empezó a toser y cayó fulminado. Despertó unas
pocas horas después, desorientado, y aunque recordaba perfectamente los
avatares de su vida, sin embargo, se había olvidado de todos sus conocidos y
sobretodo de su dolor, pues ya no sentía alguno. Las margaritas tampoco
volvieron a aparecer en su puerta.
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