Para Navidad, como cada año, quiero felicitaros de una forma original; con un relato de cosecha propia. Este año he innovado y estoy preparando una bateria de relatos que se presentarán en los succesivos días. Aquí va la parte I.
"Era una noche helada y un manto oscuro cubría toda la ciudad de Bolton City. En el extremo de la calle y alumbrado por una triste farola, se dibujaba una figura desgarbada, inmóvil, como si algo requiriera toda su atención. De repente, y alertada por el sonido de una sirena de policía, huyó corriendo.
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Pocos minutos después, y alumbrado por las luces rojas y azules del coche
de policía, se encontraba el detective Samuel Klauss.
Klauss era un hombre robusto y canoso con una barba recortada y cierta
expresión permanente de preocupación en su rostro (posiblemente por las
múltiples experiencias traumáticas que le habían brindado casi más de 20 años
de servicio en el departamento de homicidios). Era un solitario y un bebedor
empedernido, razón que le había costado 2 divorcios que no acabaron
precisamente bien. Ataviado con su traje marrón, una corbata granate y zapatos
de charol, parecía estar anclado en la década de los años 30, como si para él
no hubiese pasado el tiempo. El look lo completaba un sombrero también marrón
con un ribete granatoso y una gran gabardina color camel. Y es que Klauss, era
el típico agente del departamento de homicidios.
Con el cigarrillo en la boca dibujó en su mente una fotografía de lo que
frente a él se encontraba, mientras los forenses afanados colocaban las
cartelas y recogían las muestras de ese escenario atroz. Alguien se había
ensañado. Klauss lo sabía. Casi nada le podía asustar ya, pero sabía
perfectamente que aquello obedecía a una mente despiadada sin compasión y con
un cierto gusto a la atrocidad.
En el suelo, yacía una chica joven de unos 20-25 años engalanada con un
vestido de fiesta de un color purpúreo bajo el cual se adivinaba una figura
perfectamente moldeada. Salvajemente mutilada (le habían extraído los
intestinos esparciéndolos alrededor del cuerpo). Un gran collar de perlas
adornaba su muñeca y, en sus dedos, un anillo de rubíes refulgía en contraste
con sus manos níveas. El rostro presentaba severos golpes y cicatrices y su
cabellera rubia estaba visiblemente trasquilada.
Definitivamente, Klauss necesitaba un trago. Su cuerpo y su mente habían
empezado a requerirlo por costumbre, como si fuera el elixir que le permitía
enfrentarse a todo ese rompecabezas con total serenidad. Sólo así, creía
conseguir centrarse. Aunque también podría esperar a que la borrachera le
hiciera imaginar escenarios imposibles. Y ése, era un escenario imposible.
Antes de ponerse en marcha hacía su oficina, con todas sus anotaciones en
su pequeña libreta, se detuvo desconcertado por un clic en su cabeza. Nadie la
había visto y sin embargo allí estaba, en un rincón, como si lo observara desde
el anonimato. Había una muñeca de porcelana acicalada con el mismo vestido que
la víctima, con los labios de un rojo intenso e incluso una sonrisa bastante
siniestra dibujada. A su lado, la cartera de la joven con una identificación y
una nota que rezaba “Ella lo soñó y finalmente lo pudo ser”*.
Klauss se preocupó un ápice más de lo normal, intuía que eso no acabaría
allí. Parecía la labor del típico asesino coleccionista y exhibicionista de su
trabajo, con verdadera obsesión en su obra maestra. Sin duda, habría más
víctimas. Fue cuando un escalofrío le recorrió la espalda.
La asesinada se llamaba Kirsten Barbie de unos 25 años y vivía en el otro
extremo del país, en Sailor Town.
Aquí llegaba la parte más pésima de su trabajo. Klauss no era muy ducho en lo que delicadeza se refiere y se le hizo un mundo levantar el teléfono para hablar con los padres de Kirsten. Por más que intentara suavizar el golpe, era una terrible noticia la que estaba a punto de comunicar. Pero aquella no fue una llamada normal. Mientras la madre de Kirsten desconsolada maldecía al fondo del interfono, su progenitor aseguraba alterado que no había tenido ninguna noticia de su hija después de salir del pueblo. No había dado razón alguna de donde se encontraba instalada, ni siquiera podían asegurar que le hizo trasladarse a la ciudad. Pero inconscientemente, entre lágrimas, balbucearon el nombre de Diana Kerbury, la mejor amiga de Barbie (como la llamaban sus allegados por su parecido a la muñeca, no sólo por el apellido, sino también por su aspecto).
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Entre una botella de whiskey vacía y un montón de expedientes, amaneció nuestro detective. No sabía dónde buscar, pero sólo sabía que algo le hizo desenterrar las miles de fotos de depravados sexuales de la ciudad. Tal vez fue la cara de Kirsten. Era bella, con un aspecto aniñado y cierto aire delicado. Era una presa fácil, demasiado fácil. Pero no podía dar más vueltas a eso por ahora. Había quedado esa misma mañana con la señorita Kerbury, alguien que, intuía, le podría dar muchas respuestas.
Cuando salió de la oficina en ese día ceniciento vislumbró las nubes negras
amenazantes que se cerraban alrededor de la ciudad. Aunque resultase extraño,
esa oscuridad aplacaba a Klauss. Su mente se tornaba ágil, como si se moviera
mejor entre sombras, como si multiplicara su capacidad de concentración y
estuviera más alerta.
En la cafetería Hanuká**, en la mesa del fondo, se distinguía la presencia
de una chica joven con una melena recta
morena. Su nerviosismo la hacía revolverse en su silla y miraba a su alrededor
de forma frenética en intervalos de 10 minutos. Cuando el detective se acercó a
la mesa, la joven empezó a tartamudear.
De la conversación pudo extraer que la relación entre ella y la víctima era
casi fraternal. Al parecer Barbie se encontraba en Bolton City con una falsa
promesa de triunfar en el mundo del modelaje. Parecía ser una de esas buenas
chicas que se trasladan a la capital con la idea de hacer fortuna, poéticamente
hablando, con una maleta cargada de sueños pero sin familia, amigos o recursos.
Presas de cualquier depravado que les ofreciera trabajar en el mundillo de la
fama. Sí que era inocente, presa fácil.
Pero de repente, nuestro ángel caído rubio cambió; -explicaba Diana. Con el
tiempo (llevaba ya 6 meses en Bolton City), regresaba más tarde a su habitación
en la pensión que ostentaban las dos y cada día más elegante que el anterior, y
cabía decir que más pedante.
La primera conexión del caso; - pensó Klauss; eso podría explicar el porqué
de su vestimenta de gala y las joyas. ¿Cómo podría una chica de pueblo haber
conseguido tanta fama y dinero en tan poco tiempo? Sólo habían dos
posibilidades: el narcotráfico (era una mujer mula***) o la prostitución
(desgraciadamente las buenas chicas acababan allí por falsas promesas), ambos
mundos ligados muy a menudo. Parecía que al final ya no resultaba tan inocente.
Nuestro ángel se había transformado en demonio.
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De vuelta a la oficina, Klauss buscó entre sus archivos. Recordaba tener
una relación de los garitos de prostitución de la ciudad. Pero uno destacaba,
no sólo por sus típicas luces de neón que lo anunciaban, sino por ser el más
afincado en la ciudad. Si había algo nuevo en el mundo de la prostitución,
pasaba antes por el antro de Claysis.
Al entrar, su propietario, el viejo Wilhem Buchard se puso en guardia. Era
un hombre bastante desagradable, bajo y regordete, peludo y con los ojos
saltones. Su dentadura era decadente y siempre le envolvía una nube de humo.
Rezumaba un espantoso olor corporal y no parecía muy amigo de la limpieza
personal a juzgar por su cabellera grasienta.
Klauss fue al grano y no se anduvo con rodeos. No quería permanecer más de
lo necesario en ese lugar, por mucho que le ofrecieran otro trago.
Klauss: - Kirsten Barbie, 25
años, rubia, cara inocente.
Buchard: -Buenas noches a usted
también detective. Siento decepcionarle pero todavía tengo mi derecho de
admisión y mi negocio no es del todo ilegal en esta ciudad. Si no está para
servirse de los servicios de Claysis, le sugiero que dé la vuelta.
Klauss: -Depravado hijo de
puta. No me jodas y canta rápido.
Buchard: - ¿Y de que serviría?
Todas mis chicas son rubias o de cara inocente. Pueden ser todo lo que los
clientes quieran que sean. Incluso si quiere pueden ser esa tal Barbie. Pero
no, no tengo ninguna chica con ese nombre.
Klauss: -¡Serás gilipollas!
Pues claro que no tienes a ninguna que se llame así. Todas se cambian el
nombre. Pero estoy seguro de que antes de rebautizarlas han de pasar por ti con
sus verdaderos datos. Así que te lo repito una vez más, canta… y rápido. Tu
olor me dan ganas de vomitar el whiskey… y nunca desprecio un buen Malta:-dijo
agarrándole la camisa y encañonándolo.
Buchard: - Está bien. Hay nuevos
movimientos en este mundo. Cosas que trascienden mi negocio, es decir, al mero
contrato entre mis chicas y el cliente, el cual no dura más allá de los 2
minutos que aguantan los infelices.
Trata de blancas. Ve, detective Klauss, hay gente más depravada que yo.
Venden a las chicas como si fuera un mercadillo, como si de muñecas se tratara.
A veces hasta ellas mismas son las que piden exponerse. Muchas no tienen otra
salida laboral. Sus compradores pueden hacer con ellas lo que les plazca a
partir del momento en que las “compran”. Es lo que se.
Klauss: -Ya claro, y tú te
crees que nací ayer. Todo pasa por Claysis y no me extraña que estés
beneficiándote y proveyendo de chicas a ese nuevo negocio. Se me está agotando
la paciencia y no quisiera asustar a las pobres niñas que tienes aquí. Aunque
sospecho que se alegrarían de librarse de un cerdo como tú.
Buchard: -Ellas están aquí por
su elección detective. Le he dicho lo que sé. Pero tengo un regalito más para
usted. Pensándolo bien, me viene de perlas que quiera cerrar ese sitio. Mi
negocio ya no se vería tan afectado. El mercadillo de mujeres es vía internet…
así que no hay un sitio físico al cual atacar pero se que su administrador es un tal
Rudolph Grinch, aunque quién sabe si ese es su verdadero nombre. Podría ser un
viejo decadente y psicópata como yo, o un alegre padre de familia que esconde
oculto en el sótano su verdadera obsesión.
Klauss:- Si es un bastardo como
tú, con gusto le metería una puta bala en la cabeza entre ceja y ceja.
Buchard:- Calme detective. No
sea tan agresivo. Le recuerdo que tengo el derecho de admisión."
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