Batería de relatos por Christma's Eve. Parte II


Segunda parte del relato por Christma's Eve. 

"Rudolph Grinch era un padre ejemplar y un mejor marido. Tenía unos 50 años largos, era alto y delgado, con cabello rubio, ojos azules y un espeso bigote. Su cara quedaba enmarcada por unas gafas de pasta marrones extra grandes, otorgándole un look retro y bonachón. Trabajaba como agente de seguros en la calle Waterby y cada año ganaba el premio al mejor empleado. Era bueno en lo que hacía y, resultado de ello, fueron sus dos propiedades; la residencia en el lujoso complejo residencial Starlinghton Road, y una cabaña a las afueras de la ciudad en el bosque Spears. Cada mañana recogía su periódico, preparaba el desayuno y despertaba con un beso a su adorada, pero aburrida, mujer Alice. Después llevaba a sus hijos al colegio y cumplía con sus obligaciones laborales. Siempre tenía una sonrisa para el mundo y aprovechaba sus días de vacaciones para disfrutarlos en familia en la cabaña Sterling.  

  

Sí, sin duda las cosas le iban bien al señor Grinch… si no fuera porque en ese mismo momento, el agente Klauss lo contemplaba semidesnudo ahorcado en una viga de su lujosa cabaña. Su espalda presentaba duras cicatrices de latigazos (posiblemente unos 40) y le habían sacado los ojos. Una etiqueta escrita estaba anudada a su muñeca: “Los hombres tienden a desear una mujer con cuerpo de virgen pero mentalidad de puta”*. A su lado izquierdo, una mesita de noche repleta de incienso y velas rodeaban varios juguetes sexuales, entre los cuales constaba la fusta que había cortado el cuerpo de Grinch.

Fue entonces cuando Klauss, después de tomar una gran bocanada de aire y exclamar entre dientes un “pobre desgraciado”, empezó su labor detectivesca. Ya no le iba eso de recrearse en el cadáver, cuánto antes inspeccionara el lugar antes podía evitar la contaminación de pruebas por parte de forenses y agentes federales. Le gustaba ser el primero e inspeccionar cada rincón sin tener que escuchar de fondo las conversaciones y comentarios obvios de la ocasión.



Todo en la casa estaba colocado con una disposición exquisita y todo estaba en su sitio. En el pasillo de la planta de arriba, en el techo, descendía una cadenita que desplegaba unas escaleras móviles que llevaban a una pequeña buhardilla.

Un montón de cajas ocupaban toda la habitación, todas con fechas garabateadas. El detective se proveyó de los guantes de látex y empezó a abrir las cajas.


- Las dos primeras contenían álbumes de fotos de varias ceremonias: fotos de su juventud, de su familia, su boda con Alice, el bautizo y la comunión de su hijo Desmond, varias galas de entrega de premios y reuniones de antiguos alumnos. 

-    - En una segunda se encontraba toda su documentación escolar y laboral a lo largo de toda su vida: certificados escolares, premios al alumnado, notificaciones de becas, diplomas, contratos, nóminas…

-   - En la tercera y en la cuarta quedaron desterrados todos los juguetes rotos o desgastados. Además de trastos varios que hubieran conformado un rastro de primera en el muelle de Lind Valley.

-  - Más escondido, un pequeño baúl repleto de cintas de vídeo. Con cubiertas negras y un extraño logo con un lema en blanco que recitaba CarnabyHolygirls.com.

En el lomo de cada cinta, una fecha impresa. La más antigua de hace 3 meses, la más reciente de hace un par de días (coincidía con el día de la muerte de K. Barbie).   



Klauss se llevó todas las cintas a la oficina y las visionó durante horas. Aparecían chicas jóvenes, niñas, morenas, rubias, pelirrojas, con melenas largas, caras angelicales a las que se les torturaba sexualmente. Algunas se desvanecían del dolor y eran violadas y golpeadas con insistencia como si fueran muñecas de trapo. Otras, morían entre agónicos gritos. Sus verdugos también aparecían. Cubiertos siempre con una máscara y ataviados con trajes de cuero blandiendo sus objetos de tortura. Gritando de placer al ver desfallecer a sus víctimas con cada embestida, con cada experimento sádico.

Cuando el detective estuvo a punto de decaer ante tanta repugnancia, agarró la última cinta. Sin duda en ella salía Barbie. Pero no era aquella rubia angelical. Parecía una profesional. Actuaba como si de una Madamme se tratase, sabía exactamente las perversiones que le gustaban a su verdugo y las ejecutaba sin reparo. Pareciera que también disfrutaba con ello. Se movía con total desparpajo que a Klauss le daba miedo mirarla. En su cabeza seguía siendo la chica de Sailor Town inocente y pobretona.

Aceleró la cinta para ahorrarse ver todas las prácticas que mantenía con su posible asesino. Hasta que paró en un fotograma. Se vislumbraba la cara de su carnicero y como éste la pegaba y la intentaba asfixiar mientras mantenían sexo duro.



Allí la cinta terminó. Pero él ya había reconocido al cliente. Todos lo conocían. Era uno de los hombres más ricos de la ciudad, sino el que más. Era el niño pijo de Torrance Gerald III. Al parecer, aparte de un pedante gilipollas también era un pervertido degenerado.  
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