Vuelvo a las andadas con mis cuentos navideños... Aquí tenéis la 1ª parte de mi relato antes de Navidad...
"Érase
una vez una gran Villa. Estaba ubicada al fondo de un frondoso camino
de flores de vivos colores, que abarcaba diversas hectáreas.
Era conocida por todo el pueblo y gran parte de los pueblos de
alrededor por sus grandes dimensiones y su rica decoración:
presentaba interesantes frisos en sus cornisas que narraban batallas
épicas de grandes guerreros, estatuas griegas de poderosos dioses,
mosaicos de faunos y hadas participando en coloridos festivales y sus
frondosos jardines poseían gran variedad de flora enmarcado por una
cascada natural que terminaba en un embalse nutrido de peces
exóticos. Cada día, un loro de un rojo intenso, con complejo de
reloj de cuco, cantaba las horas.
Villa
Claws pertenecía a un hombre gordinflón con una gran barba y unos
abultados mofletes rosados. De él se decía que era un bonachón pero un poco tonto y
demasiado inocentón. Siempre estaba de buen humor y era conocido,
aparte de su magnífica residencia, por sus fiestas de Navidad, las
cuales eran bastante sonoras congregando a amigos y vecinos del
pueblo de Lapos (la región en la que se ubica este cuento) y de
otros lugares
cercanos. Pareciera que todo el mundo cabía en las fiestas de Noël
(como se llamaba, ¿ nuestro héroe?).
En sus eventos todo era comer,
beber, reír y cantar y cuando se engalanaba la mesa de Noël ese día
25, la gente disfrutaba de los grandes manjares que disponía:
cochinillos, pavos, huevos, verduras, frutas, pasteles y chocolates.
Todo era abundante y riquísimo además de estar en un paraje
exótico y bucólico.
Pero
todo lo bueno al parecer escondía casi siempre una parte oscura… y
los manjares navideños de Noël no eran para menos.
Apartado
de la Villa, se extendía un bosque oscuro con un aspecto frío y
oscuro. Decadente y fantasmal, el cual contrastaba enormemente con el
resplandor de la deliciosa Villa Claws, que se ubicaba a escasos
metros. Nadie había sido capaz nunca de aventurarse allí, pues no
se le antojaba a ninguno de los habitantes de Lapos penetrar en un
denso bosque de raíces muertas y oscuro como la boca de lobo. Pero
en ese tenebroso lugar se escondía el secreto de Villa Claws, oculto
en un extenso terreno yermo sin
apenas vegetación y cercado,
en
dónde se ubicaba lo que parecía ser una granja y un gran almacén.
Encerrados
con un aspecto desnutrido, enfermo y agotado se hallaban vacas y
toros, patos y ocas, gallos y gallinas, pavos, cerdos y jabalíes,
caballos y hasta un par de renos. Al lado, en el gran almacén, se
escuchaba una sintonía infantil y repetitiva con un timbre que
martilleaba constantemente los oídos de unos duendecillos estresados
ataviados con ropajes sucios y desarreglados.
Cada
Navidad de opulencia en Villa Claws repercutía en más oscuridad a
la granja y al almacén: y es que eran propiedad del verdadero cruel
Noël, el cual sacrificaba indiscriminadamente a animales para
agasajar en
sus
festines y explotaba a los capturados duendes (de la colina de
Nicolew) que trabajaban sin descanso en la elaboración de platos,
dulces e incluso decoraciones y presentes con los que se obsequiaban
a todos los invitados de tan
terrible evento.
HASTA
QUE UN BUEN DÍA… SEMANAS ANTES DE AQUELLA NAVIDAD…
[Pasos
calmados por la granja que desgarran
el silencio del lugar rompiendo ramas
secas]
Noël
(con
voz burlona):
“- Hola queridos… Papá ha vuelto… (con
una voz más grave como para sus adentros)…
Para sacaros las entrañas, ¡Jejejejejeje!
Si
se pudiera descifrar alguna expresión en esos animales, habría sido
la de auténtico pavor. Y es que con sólo la visita de aquel día,
el gordo malhechor aterrorizó a sus duendecillos como si
de un matón de colegio se tratara, arrasó con avaricia los huevos
de la vieja cansada Mildred, extrajo con furia la leche de las ubres
en carne viva de Constance y agarró por las patas sin piedad a
los viejos cerdos Tweenie y Pwennie y también al guerrero jabalí
Tootsoot.
Afortunadamente
ese día su visita duró poca más de una hora y a partir de entonces
se contarían un par de días de tranquilidad (si es que podía
decirse así). Suficiente para que el pequeño duende Grinch llevara
a cabo su plan. Y es que este año la Navidad de Villa Claws no iba
a tener nada que ofrecer.
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