Pasar la "Euphoria" de la adolescencia con mucho Glitter


Hasta ahora, el futuro estaba en manos de la conocida Generación millenial.  

Todo el mundo quería englobarse en ésta; pues era la generación que había aprendido y transitado por el cambio tecnológico, en constante cambio y siempre adaptándose: Desde los walkman hasta los CD’s volviendo ahora a los vinilos, los disquetes hasta los USB, de los videos hasta los Blue Ray, desde cabezones (ordenadores de sobremesa obsoletos) hasta tablets, desde fijo hasta móvil curvilíneo, las idas y venidas de la moda y de las crisis.  


No obstante, aquéllos, ya empezamos a quedarnos atrás para dejar paso a las Generaciones Z y una desconocida Generación T. Generaciones que han hecho de su modo de vida el manejo de la tecnología sin saborear las cosas más mundanas como bajar al parque a jugar a la rayuela con el vecino. Ahora todo es vía conectividad sin necesidad de interactuar personalmente, y tal vez, el caos de la adolescencia que narra Euphoria sea todo esto; El crecimiento a través de pantallas, acelerado, sin consuelo y sin consejos; Las relaciones a través de fríos mensajes en el móvil; La baja autoestima medida a través de likes; Y sobre todo la soledad. Y es ahí donde se mueve nuestro personaje principal interpretado por una sublime Zendaya, nuestra ya querida Rue (la gran antihéroe de esta historia).



!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!ZONA SPOILER!!!!!!!!!!!!!!!


Euphoria nos plantea un  caos des del principio; la adolescente Rue sale de un centro de desintoxicación después del trágico episodio de su sobredosis, y en esos primeros fotogramas ya intuimos su soledad y su hastío por entrar de nuevo en ese mundo insensible que parece que ve desde fuera y que ya no entiende. Y durante los primeros capítulos, con Rue vivimos esa historia, en donde se encuentra mejor en el mundo onírico de las drogas que en su vuelta al mundo real y solitario, muy marcado por la muerte de su padre. Vivimos su ansiedad por desaparecer de un mundo más conectado que nunca y más desconocido y frío a la vez. Sólo encontrará una única conexión real que le hará apartar estas ansias de autodestruirse con Jules (Hunter Schafer), que también tendrá lo suyo.  


Si Rue es más negativa y depresiva frente al caos que vive esta nueva Generación, Jules hace todo lo contrario. Jules experimenta y se atreve con todo, aunque asuma el contenido vacío de sus experiencias. Es como si forzará su propia adolescencia de experimentar cosas para no caer en esa angustia que azota a los de su generación: como describe en su reseña Mireia Mullor, una angustia de a quién deben amar, de si tendrán un trabajo en el futuro, de si podrán pagar una hipoteca o de si llegarán a cumplir los 50 antes de que el mundo se vaya a la mierda, sea por una Tercera Guerra Mundial o por un desastre climático.

Llega un momento en que nos encontraremos un intercambio de papeles, una Rue  que se vuelve más sosegada, luchando para no consumir y ser válida, con los pies en la tierra (Gotta' be a man reza la banda sonora final); y una Jules frenética que se atreve con todo y a la que no le preocupa nada. Y, parece ser que no está ligada a nadie, ni siquiera a la importante Rue que parecía ser la única constante en su vida y algo valioso que proteger. Quizá el único brillo en un mundo de sombras inncomprensibles. 



Pero no sólo se nos muestra este complejo caos en la cabeza de Rue o de Jules: también abarcan los problemas generacionales los personajes de Maddy, anclada en un mundo machista propio de las películas de adolescentes de los ’90 (la reina de la belleza con el quaterback rico). Maddy (Alexa Demie) también tendrá que lidiar con su realidad. Nacida para brillar en los concursos de belleza y así ser aceptada, sobre todo por hombres. Maddy parece ser el personaje más superficial pero que a su vez combate en un escenario tan oscuro, tan actual y tan complejo como lo es el mundo del machismo y el servilismo. Un servilismo con claroscuros y necesario, ya que será usado como arma de manipulación a favor de que atiendan sus propias necesidades y ambiciones. Mantiene una relación tóxica con Nate (Jacob Elordi) que usa su posición de bienestar económico para manipular, no sólo a Maddy (se manipulan mutuamente) sino a Jules (extorsionándola para que no cuente sus dudas sexuales o los asuntos turbios de su padre). Nate se forma desde bien pequeño como un ser déspota que enmascara sus frustraciones y sus dudas emocionales con un sentimiento más fuerte como es el de la ira, y su demostración, la agresividad. Kat (Barbie Ferreira) se convierte en una dominatrix virtual que escondida tras una máscara experimenta un subidón de poder al someter a hombres convencida de que nunca podrá ser amada realmente. Pero por esa concepción pone en peligro una relación auténtica con su nuevo compañero de clase, por esa ceguera de ambición y ese miedo a enfrentarse a un sentimiento real. Cabe decir que es la única historia que al final nos dejará con buen sabor de boca. Y no olvidarnos de la triste Cassie (Sydney Sweeney) que se presta a las demandas de todas sus parejas sexuales para no ser abandonada lo que hace que su reputación se emborrone cada vez más.


Euphoria no es fácil de ver, podría llegar a ser incómoda. Acostumbrados a las comedias de adolescentes con narrativas infantiles, Euphoria narra algo mucho más complejo. La deriva de una juventud que no ve futuro y que está desesperada; que no haya nada que realmente le llene; con una vida amarga a pesar de sus lujos; con muchas dudas e incertezas; experimentando tal vez la crisis de los 30, los 40 y los 50 antes de tiempo; enfrentándose a depresiones y diatribas de un mundo real en el que todavía no han puesto un pie.



Levinson narra este caos de escenarios con juegos de luces y sombras poderosos a la semejanza de las luces y sombras de las mentes de nuestros personajes, y también los retuerce. Las imágenes son reflejos de sus problemas, de sus miedos, de sus viajes alucinatorios y también de sus alegrías; enmarcadas con una gran cantidad de Glitter en el maquillaje. Narrativas acompañadas con una música sublime de Labyrinth y una escena final de Rue increíble que nos deja con el corazón encogido. Y es que no sabemos bien cierto que es lo que pasa y si todo fue contado desde otro lugar más sombrío que el de la angustia adolescente. Eso sí, como decíamos, con mucha purpurina.




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